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Si uno se acerca a conocer la política de los países de América Latina, descubrirá biografías tenebrosas de dictadores y caudillos, algunos de ellos amigos de nuestro particular y mediocre dictador, el General Franco, personajes con uniformes cargados de medallas, con ternos color gris y ... corbata o con guayaberas. Todos ellos huyen de los controles democráticos de su acción pública, desdeñan el trabajo por consolidar procesos institucionales y no enuncian entre sus prioridades mejorar las condiciones de vida de las personas que viven en sus países. También nos encontraremos con profetas del cambio, con una particular forma de entender el ejercicio del poder y con ambiciones por protagonizar el devenir de sus países, porque todos ellos pretenden dejar su huella en la historia, al menos en la historia local.
Lo triste es que no solo en el pasado, sino que en el presente nos encontramos con algunos ejemplos de este tipo de aspirantes a sátrapas, personajes pedestres y estrafalarios como Nayib Bukele en El Salvador, Jair Bolsonaro en Brasil, Pedro Castillo en Perú o Daniel Ortega y su señora Rosario Murillo en Nicaragua. En México, todas las expectativas abiertas con Andrés Manuel López Obrador y su mensaje de cambiar la historia institucional mexicana, han quedado en una vuelta al peor de los pasados otorgando más poder al Ejército y arrinconando lo que prometían ser políticas ideológicas de futuro.
Escribo este artículo después de leer 'Delirio Americano', un denso, brillante y riguroso ensayo de Carlos Granés, nacido en Bogotá y Doctor en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid, sobre la historia cultural y política de América Latina; sobre el papel de las ideas y las artes, los cambios estéticos e ideológicos y su influencia en la construcción de las identidades nacionales. Un texto de referencia, de compleja erudición y de aconsejable lectura por lo que tiene de incentivo para el conocimiento y la reflexión y comprender mejor la plural realidad latinoamericana. Coincido con Juan Gabriel Vásquez cuando escribe: «hay mucho que aprender en este libro».
Se trata de un relato donde el autor analiza las vanguardias artísticas y la vida cultural en América Latina y su relación directa con las políticas en aquellos países. El libro comienza con la generación de ensayistas y poetas que, a finales del XIX, desde su expresión artística y bajo el más amplio paraguas del modernismo, buscaban la regeneración espiritual de sus patrias de origen, algunos seducidos por las ensoñaciones fascistas de moda. Pero algo se rompió cuando en 1898 entró Estados Unidos a querer dirimir las luchas por la independencia cubana, derrotó a España, propició algunas nostalgias hispanistas y se hizo presente como un nuevo poder imperial en el Caribe.
En los años treinta, nuevas élites casi siempre procedentes del Ejército, debilitan a las oligarquías tradicionales en numerosos países, provocan reordenamientos sociales, pero son revolucionarios involucionistas de inspiración nacionalista conservadora. Será el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, que en 1924 había fundado la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), quien señale el protagonismo de Estados Unidos como una amenaza y defienda que el fundamento del continente no es el hispanismo sino lo popular latinoamericano, dando origen a un movimiento revolucionario de izquierdas.
Fidel Castro cede a la influencia comunista después de la fracasada invasión de la bahía de Cochinos en 1961, en un cambio, inicialmente más estratégico que ideológico, pero ello propició la llegada del comunismo a toda América Latina y el antiguo nacional-populismo se hizo marxista y la lucha armada se extendió en Centroamérica y otros países. El Foro de Sao Paulo de 1990 convirtió a la izquierda revolucionaria en izquierda transformadora, cambiando el foco guerrillero por la movilización social.
El libro termina con la muerte de Fiel Castro el 25 de noviembre de 2016. «Moría Castro y no pasaba absolutamente nada», quizá porque era un hecho predecible. Si el guevarismo no había servido en América Latina, salvo para sacrificar o anular a una generación de jóvenes, el castrismo tampoco había servido para encauzar la Cuba del siglo XXI y Cuba es hoy una vulgar dictadura que ha cambiado el verde oliva de sus dirigentes por la guayabera.
En algo más de un siglo, América Latina ha transitado desde las vanguardias iniciales a los esfuerzos más actuales en la búsqueda de la modernidad; desde la muerte de José Martí por disparos de soldados españoles, a la muerte de un clérigo colombiano oficiando de guerrillero; desde los populismos autoritarios de Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil a los más actuales aunque de diferente signo de Chávez en Venezuela o Fujimori en Perú, desde las utopías de Allende en Chile a la violencia en Colombia y a la pluralidad actual, demasiado sobrecargada de paradojas y riesgos y siempre tensionada entre lo local y lo global.
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