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Más de un año después de que las autoridades nos pusieran a régimen de música en directo, resulta que en los conciertos no se contagia ... nadie. Como en las colas de otros tumultos autorizados, vamos. El caso es que en abril se organizó en Barcelona un concierto de Love of Lesbian al que asistieron cinco mil espectadores con mascarilla pero sin distancia social. Hace unos días, los responsables del experimento han desvelado que el evento no supuso un foco de contagio, ni mucho menos: de todos los asistentes, sólo seis han contraído el virus, pero cuatro lo han hecho en otras circunstancias, y los otros dos, no sabe, no contesta. Conclusión: el rock no es contagioso.
El asunto es que, con tanta precaución, llevamos demasiado tiempo sin disfrutar de placeres que hasta hace nada era cotidianos, por el peligro de colapsar las UCIs, y ahora resulta que no, que, como ha asegurado Josep Maria Llibre, especialista en enfermedades infecciosas, aquel día era más seguro estar en el concierto que por las calles de Barcelona. Genial. Ahora sólo hace falta que descubran por qué el bicho ataca en el fútbol y no en la ópera, o por qué unos meses ataca a partir de las diez de la noche y otros a partir de las once. O cómo reconoce si los grupos son de cuatro o de seis. O por qué le gustan más los bares de Cantabria que los de Madrid.
Más allá del daño económico a un sector ya de por sí precario, duele constatar que, siendo de los más seguros, haya sido el ámbito donde más estrictas han sido las restricciones. Y total, ¿para qué? Si la cultura ya era una burbuja, en sí misma.
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Ana del Castillo
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