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La humildad no vende. Pertenece a otra época, a otra moral, incluso. La humildad es necesaria porque no somos perfectos, y hemos de ser ... capaces de reconocer nuestras limitaciones. La humildad se predica de las personas, pero la misma palabra lleva implícita un matiz peyorativo o, peor aún, conmiserativo. «Humildes orígenes», decimos, para añadir: «pero supo labrarse un porvenir»...
No sabemos reconocer la grandeza de la humildad, no hemos sido educados para ello. Por eso, nuestra cultura no es completa. Trabajamos para el reconocimiento, y llegamos a creer, que nuestros logros nos pertenecen. La crisis causada por el Covid-19, puede servir, entre otras muchas cosas, como una sana cura de humildad y realismo. Cura de humildad para los científicos que, en ocasiones se creen dueños y creadores de la vida, y se ven obligados a constatar que es más lo que ignoran que lo que saben. Cura de humildad para los tecnócratas que piensan que con las nuevas tecnologías están todos los problemas resueltos. Cura de humildad para los economistas que han puesto su confianza en el dinero, y ven cómo se volatiliza y no resuelve el problema. Cura de humildad para los políticos que fracasan con sus esquemas, programas, alianzas, teorías y soluciones. Cura de humildad para la humanidad, más de 400.000 muertos, sabiendo que la contabilidad en los países pobres es muy deficiente. Los monjes cavan sus propias tumbas en la Cartuja. Cavan un poco cada día, después entonan el lema «Morir tenemos, ya lo sabemos». Ellos aceptan la realidad de la muerte, sin prisa, conscientes de su pequeñez. No todos lo asumiremos, pero ojalá aceptemos y aprovechemos esta cura de humildad.
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