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El Estado de Israel cumplió 75 años el 26 de abril marcado por la división y el pesimismo, ya que la efeméride se celebró en pleno cisma causado por una reforma judicial, la de Benjamín Netanyahu, que ha profundizado brechas sociales latentes desde décadas atrás. ... Y ahora también será recordado dicho aniversario por el ataque brutal de Hamás en territorio israelí de días pasados y cuyos efectos y consecuencias veremos durante mucho tiempo. La acción armada ha sido de una amplitud sin precedentes, ocupando instalaciones militares israelíes, sobre todo en Sderot y en el paso fronterizo de Karem Abu Salem, y disparando miles de cohetes en un ataque masivo que frustró en gran medida la defensa antimisiles israelí.
Si tenemos en cuenta que el Ejército israelí es uno de los más fuertes y mejor equipados del mundo, la intervención militar de Hamás ha sido, aunque parezca sorprendente, la del débil contra el fuerte. En este punto, es interesante recordar también que esta organización terrorista nació, se alimentó y se expandió por la violación de los derechos humanos por parte de Israel y los imperios coloniales desde 1917. Gaza, la mayor cárcel a cielo abierto del mundo, y la crisis actual tienen, como todas las que la precedieron, una larga gestación llena de agravios e injusticias que han caracterizado la historia palestina desde el pasado siglo XX.
El reciente desafío terrorista de Hamás a la seguridad nacional de Israel es parte, y uno más, de aquellos a los que debe enfrentarse el Estado hebreo y que incluyen, además de la gestión del conflicto con los palestinos, un entorno estratégico hostil, el uso de la fuerza, la dimensión nacional de su estrategia y la guerra soterrada e indirecta, a día de hoy, con Irán y sus apéndices.
El fragmentado mundo árabe ha perdido la capacidad de resistir la penetración iraní y una parte del mismo ha girado hacia Israel para aumentar sus posibilidades de escapar del dominio iraní y evitar lo que ha acaecido ya en países como Irak, Siria y Yemen, la pérdida parcial de su independencia y la influencia de las milicias respaldadas por Irán en sus territorios.
La situación se complica en mayor medida si a ello añadimos que la única potencia regional que podría intentar frustrar las ansias expansionistas iraníes, Turquía, vive en una mitología de fantasías neootomanas, apoya también indisimuladamente a Hamás y es otro foco de actividad antiisraelí. La amenaza existencial iraní para Israel tiene sus raíces en las ambiciones del país persa por dominar la región y en la extrema hostilidad religiosa hacia los hebreos.
El previsible futuro en el que Israel se enfrentaría a un espinoso y violento conflicto con los palestinos de Gaza, gobernada por Hamás, ha llegado y no debemos descartar que con el tiempo se plantee en la Cisjordania controlada por Fatah. Lo acaecido el fin de semana en Israel manifiesta que el camino seguido hasta ahora por la potencia sionista no ha sido el más adecuado para llegar a buen fin.
Asimismo, ha coincidido con un momento en el que la imprescindible cohesión de la sociedad israelí respaldando a su Gobierno se ha resquebrajado debido, fundamentalmente, a las últimas medidas del Gabinete de Netanyahu. Israel debe estar siempre dispuesto para la guerra y por eso el desafío más importante al que se enfrenta cualquier Ejecutivo es el de fomentar la cohesión nacional para garantizar la unidad frente a las dificultades que puedan aparecer en el violento entorno de Oriente Próximo. Todo lo contrario de lo realizado por su primer ministro.
Esta cohesión nacional, importante incluso en momentos de calma por la función disuasoria que posee frente a sus enemigos, no sólo basada en el poderío militar sino también en la disposición de la población a usar la fuerza cuando sea necesario, es fundamental para fortalecer la capacidad de soportar las pérdidas y el dolor tanto en las líneas de frente como en el interior del país. Las divisiones sociales o políticas profundas socavan la moral y debilitan la resolución del frente interno en caso de agresión, y eso quizás haya animado a su enemigo a atacar ahora. Recordemos que las profundas fisuras sociales y cicatrices generadas por la guerra de Líbano (1982), los Acuerdos de Oslo (1993) y la retirada de Gaza (2005) aún no han cicatrizado del todo.
Israel vive en un hábitat peligroso. El uso de la fuerza es parte integrante de las reglas del juego en Oriente Próximo y la capacidad militar respaldada por una sociedad fuerte es lo que mantendrá su seguridad. La razia militar de Hamás le pone en bandeja la justificación de una respuesta militar, avalada por las instituciones internacionales, que ya se está produciendo y que se prolongará en el tiempo.
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