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Un amigo que trabaja en una recepción de hotel me decía hace semanas que no apostaba porque se aplicase ya la nueva 'plataforma de registro de viajeros', que requiere (que no pide 'a voluntad o libre albedrío') más información de cada cliente. Espero que mi ... amigo tenga más suerte con la lotería de Navidad que con su 'spolier'. Como saben, la medida han entrado en funcionamiento hace horas con las esperadas colas, incertidumbre y cierta 'fatiga' previa del sector, pues crearía desventajas competitivas y cargas administrativas adicionales (el 95% del sector son Pymes). Más allá de los argumentos de la seguridad (incluida la de las personas alojadas en establecimientos, etc.), autoridad y centralización de la información, todo esto 'abre una carpeta' que es signo de estos tiempos frenéticos en los que vivimos. Me refiero a 'datos sí, datos no' o cuánta de nuestra información particular hemos de proporcionar, bien sin contraprestación alguna bien a consecuencia de consumir un bien o servicio (como por viajar y/o pernoctar). Aquí, al consabido argumento de la experiencia comparada, es decir, eso ya pasa cuando viajas y te alojas en un hotel en Londres o Viena, podemos darle la vuelta como a un calcetín y argumentar que dichos hoteles foráneos no siguen el mismo sistema de clasificación, por lo que sus criterios y requerimientos empleados para asignar las estrellas no coinciden entre países, e incluso a veces ni entre regiones y Estados del mismo. Dicho en 'román paladino', todo es según el color del cristal con que se mira. En todo caso, este nuevo 'gran hermano' orwelliano, combinado con ese fenómeno por el cual nuestros datos van de un lado a otro, es algo que nos recuerda Morgan Housel en su conocido libro 'La psicología de dinero'. A saber, que nada es gratis y que todo tiene un precio, pero no todos los precios vienen en una etiqueta.
Otro ejemplo: para muchas personas no deja de ser más que dar de nuevo tu teléfono, direcciones, etc. y eso lo hacemos igualmente en centros comerciales y otras entidades al hacer nuestras compras navideñas supuestamente para que nos envíen descuentos o información. No obstante, como ya se imaginan, las entidades pueden estratificarnos según nuestro gradiente social al tener datos que les proporcionamos tal cual, como nuestro propio código postal. Eso supone, por ejemplo, si pensamos en Santander, que según dicho código –que damos voluntariamente (o no)– nos pueden 'clasificar' no sólo desde la parte pública sino también privada. Y es que la renta per cápita media en la capital de Cantabria alcanza ya los 21.000 euros anuales, pero con diferencias amplias entre la parte más pudiente (30.927 euros) y la de más privación social (20.219 euros). ¿Significa eso que a veces deberíamos decir menos de lo necesario o que 'jugamos las cartas' de los demás y les facilitamos que nos vendan cosas incluso antes de saber nosotros mismos que las vamos a comprar? La cuestión es que tanto los datos como la ciberseguridad pueden ser un nuevo talón de Aquiles en estos años veinte, si bien el ejemplo del artículo (la 'nueva plataforma de registro de viajeros') se refiere a algo obligatorio (hay sanciones leves y graves sobre quienes incumplan la normativa) y no a cuando 'regalamos nuestros datos' sin darnos cuenta.
Asimismo, ¿por qué no sustituir esta plataforma por lectores de pasaporte y DNI?, ¿por qué ha de ejecutarse en tiempo real cuando llegas al establecimiento si es algo que a veces criticamos en otros países más 'tecnofeudalistas''? o ¿es información no sólo de seguridad sino tambien de nuestro ámbito económico y personal-familiar, etc? Buenas preguntas.
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