Un abrazo de Sandra Bullock

Mis amigos y yo caminábamos por el interior de un hotel tailandés, cuando vimos acercarse hacia nosotros a un grupo de unas seis personas, todas con gafas de sol, menos una mujer cabizbaja, la cual, en lugar de gafas, llevaba una gorra negra, calada de ... tal manera que ocultaba parcialmente sus ojos, pero no su nariz. El grupo se aproximaba y, cuando estuvo situado justo encima, la mujer levantó lentamente la cabeza hasta descubrir su rostro, y su mirada se encontró un momento fugaz con la mía. Era Sandra Bullock. A mí se me cruzaron los cables y me acerqué a ella, y ahí me quedé, petrificado, dejando atónitos a todos. Luego le pregunté si querría hablar conmigo un minuto, 'uan minut plis'. Nos sentamos y le dije, en primer lugar, que sentía mucho la reciente pérdida de su marido. Ella sonrió, le palpitó unos segundos la barbilla y agachó la cabeza, ocultando de nuevo los ojos con su gorra. De repente conocía toda su vida, así que añadí que yo, como su marido, también tenía ELA. Silencio. Ella se levantó, se desprendió de la gorra negra, me miró sonriendo, y me hizo el típico gesto con las palmas de las manos hacia arriba, mientras movía las puntas de los dedos. Yo me levanté, me situé delante de ella, y, de golpe, recibí un abrazo fraternal, firme y sentido, en el que mi mente hizo un fundido a negro. Cuando abrí los ojos, desconecté la máquina que me ayuda a respirar durante la noche.