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Ha pasado un año desde que me diagnosticaron ELA. En este año he tenido momentos de sobra para pasarlas canutas. Tienes que aprender a vivir con una esperanza de vida limitada y con una amenaza que te persigue: el deterioro físico lento pero imparable. Luego ... está todo aquello con lo que no contabas: las máquinas para respirar, las sondas en el estómago, olvidarte de beber o comer, aprender a comunicarte sin hablar: lo normal en esta enfermedad.Y sin embargo, ¿en qué dirán que pienso ahora que trato de hacer balance? Pues en la gente. El diagnóstico llegó de golpe, pero desde ese momento un montón de gente anda por ahí preocupada por mí. Pienso en la gente de CanEla, que me ayudaron en todo y me enseñaron que yo no era el único con ELA en el mundo, que estaban los otros enfermos de ELA, los que no pierden el tiempo en lamentaciones y aprovechan al máximo su vida, y a estos les debes mucho. Pienso en los profesionales médicos que han hecho todo lo posible por luchar contra el enemigo que llevo dentro, y nunca se rinden. Y pienso en los que me mantienen en pie cada día, aunque vaya en silla de ruedas: mi familia y mis amigos, que han estado vigilándome casi a diario por si aparecían mis demonios o bajaba la guardia ante la enfermedad. Y sobre todo mi maravillosa compañera cósmica, que ha desempeñado mil profesiones en este año, y todo sin perder su encantadora sonrisa, y si sigo aquí es gracias a ella; y mi persona favorita, que nunca me ha mirado como a un enfermo, sino como a un padre, su padre. Después de un año solo pienso en ellos. Y puede que no sea capaz de hablar, pero sí puedo emocionarme.
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