Bailando la Macarena

Esta práctica es muy común en nuestros días. Cogemos una causa, por lo general justa y pertinente, y la acabamos convirtiendo en un chiste, en una caricatura, provocando un efecto contraproducente que da alas a los reaccionarios. Lo hemos visto con determinados colectivos discriminados, con el feminismo, con las guerras y hasta con víctimas de todo tipo. Conviene recordar que cuando ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco se le hizo un homenaje en el que todos acabaron bailando la Macarena.

Ahora es el turno de ese eufemismo condescendiente llamado salud mental. Hace treinta años, si alguien decía que acudía a un psicólogo o a un psiquiatra —llamados 'loqueros'—, todos pensaban que era un asesino en serie, un perturbado sexual o un psicópata peligroso. Estos trapos sucios, como muchos otros, se lavaban en casa.

Pero, en un chasquear de dedos, hemos pasado a ver a cualquiera pontificando sobre salud mental, y a todo dios orgulloso de hacer terapia por las chorradas más peregrinas.

La normalización está muy bien y es necesaria, pero sucede lo de siempre: que se suben al carro los oportunistas o los cantamañanas, y son los que agarran la bandera y el altavoz, desvirtuando todo y convirtiendo el problema en el baile de la Macarena.