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A la undécima hora del undécimo día del undécimo mes de 1918 debía entrar en vigor el alto el fuego firmado por franceses e ingleses que pondría fin a la Primera Guerra Mundial. Hasta ese momento, casi diez millones de soldados habían muerto ametrallados por ... fuego de artillería, por gases venenosos o a bayonetazo limpio en trincheras infectas, en un frente occidental que apenas se movió algunos kilómetros.
El 1 de julio de 1916, sólo el ejército británico sufrió más de 57.000 bajas. En un día. Los últimos soldados de reemplazo eran prácticamente adolescentes que no sabían ni disparar un fusil. El armisticio fue firmado a las cinco de la mañana y como debía entrar en vigor a las once de la mañana, aún hubo oficiales que, después de comunicar el fin de la guerra a los soldados que habían logrado sobrevivir, como quedaban algunas horas, los mandaron atacar al enemigo para quizá ganar algo de terreno, mandándolos a una muerte todavía más ridícula que todas las anteriores.
La historia está repleta de guerras indiscriminadas para saciar el ansia de poder de personajes ambiciosos sin escrúpulos, aupados al mando por su propia egolatría, por ideologías estúpidas, o por intereses económicos, y que manejan vidas humanas como si fueran sacos terreros que frenan las balas enemigas. Los civiles a veces sufren estas contiendas y otras veces se convierten en verdugos que aprovechan la carnicería para saldar viejas deudas o rencillas. Hoy sucede en Gaza y Ucrania, pero también en las olvidadas Siria, Yemen, Sudán y así hasta 56 guerras activas en la actualidad, donde vemos bombardear y masacrar poblaciones enteras, con la condena enérgica de la comunidad internacional, enredados todos en la semántica de si lo llamamos o no genocidio, mientras se enriquecen vendiendo armamento. Es un bucle infinito sin salida.
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