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La película de Woody Allen 'A Roma con amor' relata cuatro historias que tienen en común la ciudad de Roma como fondo. En una de ellas, Leopoldo Pindarello es un oficinista casado y con dos hijos que lleva una vida anodina: es un tío normal, ... un don nadie. Pero un día, cuando sale de su casa, se encuentra un montón de fotógrafos y periodistas interesados por él. De pronto es muy famoso y lo entrevistan en televisión, donde le preguntan por los detalles de su vida insustancial: qué ha desayunado, cómo se afeita, qué calzoncillos usa. Sus respuestas simples causan asombro, llenan titulares y ocupan tertulias de televisión. La fama le persigue allá donde va, pero él no entiende por qué.
En otro relato, Giancarlo es un sepulturero que tiene un verdadero talento como cantante de ópera. Pero él solo canta en la ducha, y nadie lo sabe. Alguien lo descubre y lo fuerza a hacer una audición, porque a él no le interesa demasiado dedicarse a cantar. La audición sale mal, y él descubre que su talento solo aparece en su medio natural: la ducha.
En los telediarios podemos ver a políticos, de cualquier signo, haciendo demagogia y vendiéndonos la moto; y también a deportistas millonarios dándole mil vueltas a la nada. En las redes sociales hay un montón de Pindarellos mostrándonos lo que comen, los calzoncillos que usan o sus bailecitos chorras. Sin embargo, los intelectuales que desde Galileo hasta Unamuno se enfrentaron al poder, no sólo al político, sino también al económico, que hoy mueve más hilos que nunca; esos hoy no tienen que enfrentarse a persecución, pero se diluyen entre montoneras de banalidad y acaban cantando en la ducha, echando a perder su talento y su necesario control del poder.
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