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Enfermos de ELA de toda España se habían desplazado al Congreso, con el esfuerzo que ello supone, para exponer allí su problemática y la necesidad de elaborar y aplicar una ley ELA. Uno de ellos, Esther Portillo, relató que, llegado el momento de la traqueotomía, ... no podría disponer de los 70.000 euros precisos cada año para pagar a los cuidadores que le ayuden a mantenerse viva. Le quedaría la opción de la eutanasia.
Todos allí fueron conscientes de la injusticia que supone que solo tengan derecho a la vida los que pueden pagársela. Y todos allí sabían que la anterior ley, aprobada por unanimidad, fue bloqueada por enmiendas y excusas que se inventaron, frustrando la esperanza de 2.200 enfermos que la esperaron en balde.
Y a pesar de esta realidad tan dura, solo cinco diputados y un único ministro que acudió al encuentro con evasivas, estuvieron presentes en el acto y sólo uno desde el principio .
Ante esta falta de respeto vergonzosa, todavía hubo corrientes de opinión que acusaron a Unzué de hacer antipolítica y cuestionar a las instituciones por preguntar el número de diputados presentes. Y eso que, si no es por esa pregunta afortunada que pudo colar en los telediarios, hecha con la mayor educación, aquel acto hubiera dormido el sueño de los justos, o de los olvidados. Me pregunto qué deberíamos decirle a una clase política que no es capaz de garantizar el derecho a la vida de los enfermos de ELA, como cualquier otro enfermo, dejándolos morir por no hacer bien su trabajo. Pues yo les diría que no esperen más o «podrán ocultar la infamia, pero el color de cobardes no se les irá de la cara».
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