Secciones
Servicios
Destacamos
Todos hemos querido alguna vez volver a ver ciertas películas como la primera vez. Por ejemplo, volver a sentir aquello que sentimos cuando aquel alien asqueroso salió de la barriga de aquel tipo que ya se encontraba mucho mejor. Ver por primera vez al esclavo ... Máximo Décimo Meridio, aclamado en el Coliseo como «Hispano», tener más poder que el emperador y alcanzar su venganza en esta vida y no en la otra. O al teniente McClane saludar al póster de tías en pelotas y gritar: «Yipi ka yei, hijo de puta», antes de cargarse al malo. Sobrecogerse cuando aquel contable judío inexpresivo le decía a Oskar Schindler que su lista era el bien absoluto. O tragar saliva, glups, cuando Edward Norton, con una esvástica en el pecho, puso los dientes de aquel negro en un bordillo y luego le pisó la cabeza con fuerza.
Enamorarnos de aquella Uma Thurman, a la que le clavaron una inyección de adrenalina en el círculo rojo pintado en su pecho. Sonreír cuando vimos la cara de bobo de aquel alcaide de prisión a través del agujero por el que se había escapado Tim Robbins. Estar con Clint Eastwood cuando lo acusaron de matar a un hombre desarmado y él respondió: «Debió armarse cuando decidió decorar su salón con mi amigo muerto». Sufrir durante aquel interminable viaje en coche con el calmado psicópata Kevin Spacey para que Brad Pitt acabara mirando al fondo de aquella caja de cartón. Alegrarme al esquivar por poco una bala en el desembarco de Normandía, pero que me reviente el cráneo la siguiente. Ser Hannibal Lecter, William Wallace o el Nota. Casi todo ello lo viví en un cine y desearía obrar la magia del olvido. Para sentir por primera vez esa otra magia: la magia del cine.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.