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Todos hemos llegado alguna vez a un sitio donde no conocemos a nadie: una boda, un curso o el primer día en el trabajo. El caso es que tú intentas relacionarte con la gente y esto te exige un esfuerzo titánico. Si quieres ser gracioso ... acabas siendo patético, si quieres ser inteligente pareces el tonto del pueblo, y si quieres pasar desapercibido acabas tirando algo o haciendo el ridículo. Hay gente que se desenvuelve bien en estos trances, pero yo creo que la mayoría la acabamos liando.
También hay épocas en tu vida en las que sientes que no encajas en ningún sitio. Esto sucede por ejemplo en la adolescencia, a casi todos nos ha pasado. De golpe te das cuenta de que todo es una mentira, un fraude, crees que lo sabes todo, y todo te molesta. Luego acabas negociando con la vida y contigo mismo, cedes terreno a cambio de parcelas de felicidad. Te conviertes en un guardián entre el centeno encargado de salvaguardar tu mundo. Pero un día te dicen que estás enfermo. Muy enfermo. Y vuelve a aparecer. Vuelves a ser el diferente, el incomprendido. Miras a los demás haciendo cosas, esas cosas que tú ya no puedes hacer. Teniendo un futuro que tú no vas a tener. Y tu pequeño mundo vuelve a escapar a tu control. Pero ya no eres un adolescente.
Y sabes que el mundo no es ningún paraíso desde que hay hospitales en él, pero también sabes que un día eres el incomprendido sin futuro, y al otro conoces a alguien y todo tiene sentido, y al otro te dicen que estás enfermo, y al otro escribes tu propia historia, porque siempre hay giros de guión, buenos y malos. Y eso te engancha a la vida. Saber qué va a pasar.
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