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Cuando alguien me habla en voz alta o más despacio de lo normal, como si fuera sordo o no me enterara de nada, porque mi ELA provoca que mi habla sea incomprensible pero no afecta al oído o al entendimiento; cuando alguien, con la mejor ... intención, me desea que me recupere pronto de mi enfermedad neurodegenerativa y mortal: en esos casos yo me río. No me río de nadie, no es eso: me río de mi propia enfermedad, de mí mismo. Me río cuando sigo acudiendo a citas periódicas con un montón de médicos, a pesar de que el primer día ya me advirtieron de que mi enfermedad no tenía cura ni tratamiento. Me río porque sé que mi ELA me impide hablar, sin embargo, usted, lector, me comprende con toda claridad cuando me está leyendo.
Me río cuando pienso que esta enfermedad te va quitando todas tus funciones motoras, debilitando poco a poco tus músculos, pero tus funciones sexuales permanecen inalterables. No me digan que no tiene gracia. También me río si pienso que voy a conservar la suficiente lucidez como para reírme, o sea que me río de que me pueda seguir riendo de todo. Me río mucho si me dicen que soy un luchador, porque más bien soy un conductor guiado por su GPS hacia el precipicio.
Me río incluso de mi propia muerte, y de que todos vayamos a morir, porque pienso que de algo hay que morir, y sé lo insignificantes que somos en un mundo infinito que nunca se detiene. Y no banalizo nada, doy importancia a todo, pero hay veces que me hace gracia, y me río. Y me río si mi enfermedad piensa que por reírme voy a ser presa fácil. Porque cuanto más me río, más ganas tengo de seguir viviendo.
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