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Solía vestir una gran túnica satinada de color púrpura que cubría su oronda figura. Un gran crucifijo colgaba de su cuello y adornaba su pecho. ... Su cabello largo y ensortijado caía sobre sus hombros y se sujetaba gracias a una cinta, a juego con la túnica, que circundaba su frente. Sobre el labio superior tenía un fino y cuidado bigotillo, y en sus ojos una obsesión, o una locura, según se mire, por lo demás completamente inofensiva. Se llamaba Carlos Caballero Rey, pero todos lo conocimos en aquellos alocados años noventa como Carlos Jesús. Se dedicaba a la videncia y a los curamientos por fe. Era capaz, mediante proyección astral, de abandonar su cuerpo y viajar en segundos a cualquier parte, para curar absorbiendo él enfermedades y males, siempre que el enfermo tuviera fe, eso sí. Adquirió fama gracias a una serie de entrevistas en las que desplegó todo su universo: sus muertes y posteriores resurrecciones, sus múltiples personalidades con sus diferentes voces, su procedencia del planeta Raticulín, su compadreo con Jesucristo, las naves que vendrán de Ganímedes, la constelación Orión, las estrellas beta... Un personaje que ninguna ficción sería capaz de imaginar.
A todos nos divierte un buen friki. Nos reímos de ellos, no con ellos. En las redes sociales hay un montón. Pero luego no queremos que nuestros niños y adolescentes reproduzcan determinados comportamientos, amplificándolos y cruzando líneas rojas que en sus cabezas sin amueblar no están desarrolladas.
Carlos Jesús murió el pasado 27 de enero. Lo hizo en soledad y consciente de que era objeto de mofa por todos. Hasta la semana pasada nadie se enteró de su muerte. Puede que al final consiguiera proyectar astralmente su alma inmortal y, contemplando todo lo que ya había vislumbrado, pudiera decir: yo tenía razón, ellos no. Ojalá.
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