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Cuando mis abuelos maternos se casaron sólo tenían una silla dentro de su humilde vivienda. Cuando uno se sentaba, el otro se quedaba de pie, decía mi abuela. Mi abuela pasó hambre, como tantos otros en aquella época. Cuando nació mi madre la situación había ... mejorado, y mi madre no llegó a pasar hambre, pero imagino cómo fue ser educado por alguien que ha pasado tantas privaciones. Te educaban en la resistencia silenciosa y digna. Mi madre era así. Trabajó en la Textil Castilla e iba en bici cada día incluso bajo la nieve. Siempre fue una lectora sensible y se hubiera desenvuelto bien en institutos y universidades, pero antes había que arrimar el hombro.
Su ínfimo sueldo siempre iba a la economía familiar. Una vez casada, mi madre acabó trabajando en un mercado para que sus tres hijos pudieran estudiar y no carecieran de nada. Vivió en un mundo en el que cada céntimo cuenta. Pero a ella nunca la vi flaquear cuando la vida te quiere comprar. Su corazón permaneció instalado en esa resistencia silenciosa y digna toda su vida. No quería mostrar debilidad, ni cuando la enfermedad intentaba doblegarla. En un mundo lleno de veletas y chaqueteros, ella permaneció siempre íntegra, incluso sin un pelo en su cabeza. Ella no pedía, ni mucho menos suplicaba o imploraba. No decía te quiero. Casi nunca pedía perdón. Daba las gracias sólo cuando era de verdad. No le gustaba dar lástima ni estar en boca de todos. No sé si fue feliz, espero que sí.
Dicen que cuando tu vida está en peligro te acuerdas de tu madre. Pero luego te pesa no haberlo hecho antes. La mía fue una persona única que mereció una vida más fácil. De ella tengo su recuerdo. Un recuerdo que me hace más fuerte.
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