Secciones
Servicios
Destacamos
Todos tenemos ideas brillantes que acaban siendo locuras absurdas. En nuestra cabeza suena espectacular, pero no somos comprendidos, por lo que sea. ¿Pero cómo desoír esa voz alborozada en nuestro cerebro que nos dice que con ese ideón lo vamos a petar? A veces la ... incomprensión generalizada azuza aún más a los caballos desbocados de tu ilusión. ¿Cómo saber si tu idea es una genialidad o los desvaríos de un zumbado que está haciendo el ridículo? ¿Ser fiel a uno mismo o hacer caso a lo que parece ser la cordura aceptada?
Eso pensaba cuando vi, en los Jardines de Pereda, a aquella persona encaramada en la copa de un árbol de unos diez metros de altura, sentada entre sus frágiles y delgadas ramas, serena, liviana, inamovible, bebiendo una cerveza, mecida por un vendaval de viento sur que agitaba el árbol como un metrónomo, de fondo la estructura del Centro Botín suspendida sobre el mar picado de la bahía de Santander. Después, con la misma agilidad que subió, bajó.
Alguien que no está en sus cabales, un tonto, un pirado que va a provocar una desgracia. Yo nunca he subido a un árbol tan alto y nunca podré hacerlo, porque estoy en una silla de ruedas. Así que sentí envidia. Por su agilidad. Por su determinación. Y por haber sabido capturar una imagen: alguien en lo alto de un árbol mecido por un vendaval, con el mar de fondo, a la vista de todos, que no entienden nada. Porque vio algo que, por suerte o por desgracia, ninguno vemos, y fue a por ello, llegando a un lugar al que nadie había llegado. Un loco con una idea absurda, como tantos otros. Y porque en su cabeza aquello probablemente sigue siendo espectacular. Como las vistas que pudo divisar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.