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Un profesor de Historia Contemporánea de un instituto de California, en Estados Unidos, explicaba a sus alumnos el auge de los fascismos. Los estudiantes no se explicaban cómo aquello pudo suceder, y estaban seguros de que en su país democrático no podría repetirse una dictadura ... fascista, así que el profesor decidió llevar a cabo un experimento.
Comenzó por corregir la postura de los alumnos y los colocó bien alineados. Se erigió como líder, y todos debían contestarle «señor» y con un máximo de tres palabras: la disciplina entendida como fuerza y poder. Se les inculcó la pertenencia al grupo como algo más importante que uno mismo, lo que diluyó las antiguas jerarquías donde unos mandaban sobre otros. Se pusieron un nombre: la tercera ola; y crearon su propio saludo: la mano sobre el hombro.
En un par de días eran más de sesenta alumnos, así que decidieron pasar a la acción. Hicieron pancartas, brazaletes y tarjetas de afiliación, y reclutaron nuevos miembros. Al tercer día ya disponían de guardias, con brazaletes negros, encargados de hacer cumplir las normas y delatar a los infractores o a los que pensaban diferente, que eran apartados y repudiados por todos; el cuarto día ya eran cientos los estudiantes pertenecientes al grupo, y aceptaban cualquier tipo de norma para entrar.
Al final, el profesor tuvo que terminar de forma abrupta su experimento porque escapaba a su control. «Ustedes y yo no somos ni mejores ni peores que los ciudadanos del Tercer Reich. Veríamos cómo se llevaban a nuestros amigos y no haríamos nada, daríamos nuestra libertad a cambio de sentirnos especiales», dijo el profesor a sus alumnos.
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