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Trenes de madrugada

Miércoles, 2 de agosto 2023, 07:09

Los veranos de mi infancia los pasaba en la casa de mis abuelos, situada en un pueblo de la Castilla profunda. Pegada a la casa había una vía de tren, el huerto de mi abuelo y un pequeño riachuelo, el resto era un secarral. La ... casa era grande y durante veinte años había sido casa de pupilos, personas que estaban de paso la utilizaban para dormir como si fuesen huéspedes. La puerta siempre estaba abierta, incluso durante la noche, y en ocasiones el 'pupilo' entraba en mitad de la noche y desaparecía antes del amanecer, dejando su correspondiente pago en la mesilla. A mi madre le costó acostumbrarse a ese trajín de extraños en la noche, pero mi abuela afirmaba que nunca hubo problemas en veinte años. Yo tendría ocho o nueve años el primer verano que pasé allí, por suerte para mí ya no había pupilos. Como he dicho, había en el lugar una vía férrea con ese magnetismo grandioso que las envuelve. La primera noche que pasabas en la casa, cuando pasaba el tren de madrugada con su chaka, chaka atronador, te levantabas de un salto pensando en un apocalipsis nuclear, temblaban los cimientos y las ventanas de la casa, y tu corazón palpitaba como una maraca, hasta los párpados te tiritaban. Cuando lograbas calmarte un poco, otro tren. No pegabas ojo. Un verano así te parecía un infierno. Pero la segunda noche la cosa cambiaba, sólo abrías los ojos de golpe cuando pasaba el ferrocarril. La tercera noche: nada. Los trenes desaparecían por arte de magia y dormías como un bebé. Y yo pensaba: puede que sólo sea un niño cobardica, pero como ser humano tengo la capacidad innata de habituarme a los desastres más terribles. Y por un momento me iba a desayunar sintiéndome invencible.

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