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Los españoles lo llamaron «sacrificio gladiatorio». Consistía en un fingido combate donde los guerreros aztecas luchaban con sus cuchillos de obsidiana contra los cautivos con armas de plumas. El resultado es fácil de adivinar. Lo recordé al contemplar el debate Sánchez-Feijoo, calificado siempre por ... los medios estatales de «cara a cara». Un cara a cara que por su formato concedió más de dos horas de palabra a Sánchez, en barra libre para intervenir, por quince minutos más cinco al líder del PP, aplicados por la mesa con todo rigor y constantes interrupciones al acabar su tiempo. Pura trampa.
La distribución de las tres intervenciones del presidente fue muy eficaz. En la inicial, proporcionó una abrumadora serie de datos económicos, obviamente silenciando los desfavorables, a efectos de describir la situación actual como grave, hasta cierto punto, encontrando siempre términos de comparación favorables con otros países europeos. Putin aparecía una y otra vez como culpable de los males del día, si bien la discreción presidía las referencias a Ucrania, tan poco grata para sus aliados de Podemos, sin facilitar dato alguno sobre la ridícula cantidad de armamento que España le está proporcionando. Lo más importante es que de cualquier forma los problemas encontrarán la solución que el Gobierno ya tiene lista, incluso con las cifras que lo prueban. El pin del futuro en la solapa de Pedro Sánchez es el símbolo de que pronto se abrirá el camino del paraíso para «la gente», para «las clases medias y trabajadoras» -nuevo tótem- que el Ejecutivo defiende frente a los grandes poderes económicos, contrarios a los intereses generales -no digamos nacionales, eso suena a España-, de los que el PP es un simple instrumento.
Ante la réplica de Feijóo, se desencadenó la ofensiva personal de Sánchez contra el líder popular. Tema a tema, la actitud de Feijóo siempre fue denunciada como prueba de «insolvencia o mala fe». En suma, el dirigente opositor es incapaz de gobernar España. La oradora posterior del PSOE insistió hasta el límite en ese leitmotiv. Anotemos que esta segunda intervención, como la primera, venía redactada, fue prácticamente leída; no era una respuesta.
La sorpresa vino de la tercera. Como ya Feijóo no podía responder, Sánchez desplegó los argumentos y las acusaciones frente a la réplica inicial del dirigente opositor, sin posibilidad de contradicción. El político orensano proponía así falsas soluciones y rechazaba las ofertas de votar las medidas progresistas del Gobierno. Al hablar sin réplica posible, le era lícito a Sánchez ignorar el apoyo en el rechazo a la invasión de Ucrania y más de la mitad de decretos ley votados por el PP. No cabía a su juicio nada parecido a una alianza entre izquierdas y conservadores en una «democracia viva» como la española. En cambio, había que dedicar la mayor cordialidad a partidos como ERC, que le ponían verde y acababan diciendo que el problema de Cataluña era España.
Entre tantos temas en que Sánchez exhibió sus habilidades, cabe destacar el de las nucleares y el del fallido gasoducto rechazado por Francia, el Midcat. Feijóo propone no cerrar las nucleares existentes y Sánchez responde atribuyéndole la propuesta de construir centrales y de paso las desacredita, mencionando sus reparaciones en Francia. Puede descalificar; le está vedado discutir. El tratamiento del rechazo del MidCat por Francia se edulcora. «A ver si convencemos a Macron», dice, y como sabe que eso no funciona, es que se trata de cuestión europea, no francesa. La realidad se encubre, su fracaso es diluido con la omnipresente apelación a Europa. La conclusión es unívoca: aquello que Sánchez afirma puede ser o no veraz según encaje o no con sus intereses. Es un ejercicio de distorsión permanente, dirigida a un simple propósito: afirmar siempre su primacía. Y ello supone aquí y ahora destruir la alternativa del PP, el cual, por su parte, ya practicó durante años con Casado esa estrategia. Feijóo ha pretendido rectificar esa política de clase contra clase, que tanto gusta a Sánchez, en la estela de Podemos. Solo que desde su nombramiento el presidente ha montado toda su estrategia para que aborte esa posibilidad.
No importa que sea imposible evitar la crisis que viene desde una nación partida, propiciada por un Gobierno que en su «negociación» con Cataluña erosiona la cohesión del propio Estado. Y finalmente, a la luz del debate, es de constatar la deriva en curso hacia un poder personal, dispuesto a manejar a su gusto las reglas del juego, únicamente para mantenerse a cualquier precio. El camino hacia una democracia híbrida está abierto
Como estamos ya en campaña electoral, cabe decir que el PP sigue sin elaborar una oferta articulada para encarar el futuro. Feijóo mostró un papelito mágico, pero apenas lo explicó. El problema planteado por Pedro Sánchez es otro, concierne a la propia democracia y, mirando a su «diálogo» catalán, a la supervivencia del régimen constitucional de 1978.
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