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La batalla de primera magnitud que se libra en el tablero geoestratégico mundial, avivada por el desafío a Occidente que representa la invasión rusa de Ucrania, otorga especial relevancia a un potente liderazgo de Estados Unidos, compatible con el protagonismo que corresponde a la UE ... y a otros destacados actores de la escena internacional. La estabilidad institucional en la primera potencia del planeta se hace imprescindible en una coyuntura como la presente en la que están en juego equilibrios que determinan el futuro de los valores propios de la democracia liberal, más sus consecuencias económicas y sociales.
Por desgracia, las señales que emite EE UU distan de ser tranquilizadoras. No lo es, en estas circunstancias excepcionales, la alta probabilidad de que la segunda mitad de la presidencia de Joe Biden se vea maniatada por un Congreso bajo control de un Partido Republicano preso del rupturismo populista de Donald Trump si se confirman los pronósticos para las elecciones de medio mandato del 8 de noviembre. Tampoco la extrema polarización política en un país fracturado, que coloca al magnate con serias posibilidades de regresar a la Casa Blanca pese a la indignidad y el desprecio a la democracia que exhibió en el asalto al Capitolio y a los escándalos que lo rodean.
En sus veinte meses en el poder, Biden ha decepcionado las expectativas creadas y sufrido un acelerado desgaste. Su imagen ha repuntado en las encuestas tras encadenar una serie de éxitos: la contención de los precios en julio, la ejecución del líder de Al Qaeda en Kabul y, sobre todo, la aprobación de un plan económico con subvenciones a las energías limpias, rebajas en el precio de los medicamentos y un impuesto mínimo a los beneficios de las grandes empresas, entre otras medidas de una agenda progresista apenas desarrollada. Esa remontada es tan real como insuficiente por ahora y probablemente tardía con las urnas ya a la vista. Pero, al menos, permite concebir esperanzas a los demócratas.
El problema para ellos y para la estabilidad global es que ni el despreciable comportamiento de Trump tras una derrota electoral que aún niega ni las múltiples causas judiciales contra él le impiden ser el gran favorito a la Casa Blanca. Además, su radicalismo incendiario se ha apoderado de un irreconocible Partido Republicano, fulminado a sus rivales en él y alentado un irrespirable clima guerracivilista. Un motivo de preocupación para EE UU y para el planeta.
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