La década asombrosa
LA CUARTA ·
Las visitas reales y el aumento de veraneantes en El Sardinero a principios del siglo XX provocó, en parte de las fuerzas vivas, optar por el desarrollo turístico para compensar la caída de la actividad portuariaSecciones
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LA CUARTA ·
Las visitas reales y el aumento de veraneantes en El Sardinero a principios del siglo XX provocó, en parte de las fuerzas vivas, optar por el desarrollo turístico para compensar la caída de la actividad portuariaEn 1900 Santander tenía 55.000 habitantes y, como toda España, padecía la crisis económica y humana causada por la pérdida de Cuba y Filipinas, que afectaba sensiblemente al puerto por el recorte del comercio ultramarino y agravada por la catástrofe del Machichaco (1893) en ... la que murieron importantes autoridades de la ciudad. El artículo pretende una reflexión agradecida sobre la obra de los hombres que en las dos primeras décadas del siglo XX trazaron un asombroso renacer de la ciudad sufriente.
En un primer momento la ciudad dio la espalda al escenario de tanta muerte y, en 1896, el arquitecto municipal Lavín Casalís presentó un nuevo plan de desarrollo urbano, abandonando definitivamente el proyecto de la inacabada Nueva Ciudad de Maliaño en la cual aún estaban pendientes de construir el Ayuntamiento, el mercado, escuelas y la iglesia. Según el nuevo plan la ciudad debería crecer hacia el oeste, en el camino de las Alamedas, y hacia el este, más allá de Molnedo. A pesar de la crisis, en 1906 ya se habían construido, entre otras cosas: el Parque de Bomberos Voluntarios y las Escuelas de Numancia, el Ayuntamiento y el Mercado de la Esperanza, el relleno de la Dársena y los Jardines de Pereda, la Caja de Ahorros de la calle Tantín y el Banco Mercantil.
Alfonso XIII había visitado Santander en 1900, 1902, 1905 y en 1906, apenas dos meses después de su boda, volvió con la reina Victoria Eugenia. Las visitas reales y el aumento de veraneantes en El Sardinero provocó, en parte de las fuerzas vivas, optar por el desarrollo turístico para compensar la caída de la actividad portuaria. En la sesión del 15 de enero de 1908 el Ayuntamiento acordó, por unanimidad, ofrecer al soberano un Palacio en la ciudad para sus descansos estivales y solicitar el pleno dominio de la península de la Magdalena, que la ciudad tenía en usufructo, por haber sido espacio ocupado, desde la Guerra de la Independencia, por el Ministerio de la Guerra, al igual que Piquío. La Cámara Alta no demoró su respuesta positiva y el Ayuntamiento, de forma inmediata, convocó un concurso de proyectos para la construcción del palacio en el que resultaron elegidos, los jóvenes arquitectos santanderinos, de 27 años, Gonzalo Bringas y Javier González Riancho y también una suscripción popular para su realización. El alcalde, Luis Martínez, indicó al monarca que el regalo que la ciudad le hacía era a título personal. El 5 de agosto, del mismo 1908, el rey visitó de nuevo Santander y, en la península, señaló el lugar donde podía ir el palacio. En marzo de 1909 comenzó el allanamiento y el 7 de septiembre de 1912 el alcalde don Ángel Lloreda entregó a don Alfonso las llaves de oro del Palacio. El 4 de agosto de 1913, a bordo del 'Giralda', llegaban los reyes para pasar en su casa el primer veraneo regio en Santander. Desde aquí todo fue muy deprisa. Había que dotar a la ciudad de hoteles, residencias y espacios, que pudieran acoger las personas y los acontecimientos que se esperaban y, teniendo en cuenta la enorme diferencia de medios y materiales con los que se contaba hace un siglo, se consiguió en un tiempo asombroso.
En 1917 ya habían transformado la imagen de la ciudad. En el otoño de 1912 el Ayuntamiento acometía una obra esencial: transformaba el pequeño camino, por el que el tren de Gandarillas se arrastraba hasta el Sardinero, en la amplia avenida que mantiene vivo el recuerdo de la Reina Victoria. En 18 meses, venciendo inconvenientes y huelgas, se trazó la vía, con la anchura actual, se levantaron los grandes muros que sujetan la ladera, se trazaron vías y tendido del nuevo tranvía eléctrico, y las aceras, que, a lo largo de los dos kilómetros desde San Martín a la Magdalena, son el espectacular mirador de todas las bellezas naturales que, a todas las horas, todos los días, nos ofrece el escenario único de nuestra bahía y que todos seguimos disfrutando desde entonces.
El Hotel Real, que por su construcción y emplazamiento fue considerado uno de los diez más bellos de Europa, se realizó en 18 meses. Se habían construido, entre otros, El Solaruco, Los Pinares y El Promontorio; el Tenis, el campo de Polo y el Hipódromo y se había inaugurado el Gran Casino. Por acuerdo con los numerosos propietarios de 'La Alfonsina', que cedieron parte de los terrenos, se había urbanizado la plaza del Pañuelo, centro neurálgico de la vida del Sardinero, y abierto y urbanizado, la calle de Santo Mauro, sus paralelas, y las transversales Ramón y Cajal y Luis Martínez. Es admirable repensarlo todo a un siglo de distancia.
Cuando, el 2 de septiembre de 1917, Alfonso XIII asiste a la sesión inaugural del Hipódromo de Bellavista el Sardinero hierve de vida y Santander contempla, hecho realidad, el sueño que el 15 de enero de 1908, diez años antes, se propuso en el Ayuntamiento.
La lista de nombres a recordar sería interminable, pero quiero personalizarlos en don Ramón Pelayo, Marqués de Valdecilla, recordado siempre por su obra magna del Hospital, del que quiero señalar una obra muy poco reconocida pero trascendente por lo que supuso en la educación de muchas generaciones. Don Ramón no sólo fue el mayor contribuyente en las suscripciones para realizar el Palacio y el Hotel Real, sino que construyó, en nuestra provincia, muchas sólo a sus expensas y otras en colaboración con sus ayuntamientos, cuarenta escuelas para niños y niñas, con dotaciones extraordinarias y en muchos casos alimentación incluida, generosa manifestación de su preocupación por la infancia y de su convencimiento de que para conseguir un futuro mejor era necesario procurar la total escolarización y la educación más completa posible. No es este el recuerdo menor de una década asombrosa.
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