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El delirio soberanista y la locura nacionalista son dos expresiones ideológicas complementarias, con matices diferenciales, que me han movido a la reflexión en estos días, ... con motivo del vergonzoso y humillante panorama político español que estamos viviendo. Ambas se han puesto de moda a propósito del procés catalán desde que se inició en 2012.
La Real Academia de la Lengua (RAE), define el término delirio como 'Dicho o hecho disparatado, insensato o carente de sentido común'. El delirio de soberanía, en general, es una especie de virus universal (no menos funesto que el covid-19, aunque de orden ideológico), que ataca a toda mente humana que llega al poder, o, que tiende hacia él. La soberanía es la aspiración a estar por encima de todo y de todos, y no hay ser humano que, si le es posible, no lo desee.
En los tiempos actuales, cualquiera puede acceder al poder político, debido al auge del sufragio universal en las modernas democracias. Y siguiendo sus instintos, lo que desea ese cualquiera de criterio medio es soberanía, poder. En estas condiciones, podemos hablar de pueblos, ciudades, regiones y autonomías que lo querrían todo, porque el egoísmo y la ambición buscarán toda excusa para conseguir esa soberanía, con el fin de obtener dinero, poder y sexo, los sustitutos de lo que el cristianismo llama los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne.
Con todas estas premisas, nuestra querida Cataluña exhibe con orgullo una serie de connotaciones raciales, lingüísticas, culturales, económicas, industriales etcétera para reclamar soberanía nacional e independencia, aunque en tal empeño se arruine a sí misma y, de paso, arruine al Estado al que pertenece, levantando a su vez las iras y envidias del resto de sus compañeras de ruta, que son, las demás autonomías.
Pero no nos engañemos, queridos compatriotas. Los cabecillas de esta rebelión, o procés, o como queramos llamarlo, quienes han sembrado la locura nacionalista en el pueblo fiel, son aquellos que por ambición de poder, o por la 'plata', o por ambas cosas a la vez, padecen el delirio soberanista y en el empeño arrastran a otros prosélitos adoctrinados que, embaucados por el oropel de esos ideales, se entregan ingenua y ciegamente al mismo delirio. Y el entregarse ciegamente a semejante 'hazaña', puede ser sinónimo de caer por el precipicio y despeñarse.
De cualquier forma, lo que estamos contemplando estos días es el desguace económico de un Estado, cuyos gobernantes no tienen más remedio que claudicar al chantaje de quienes, presos de ese delirium tremens secesionista, y sin sentido del honor, se aprovechan del árbol caído. Árbol caído que, obviamente, no es otro que el propio Gobierno Frankenstein que tenemos, que ni se entiende a sí mismo, ni se endereza, por desunión interna, ya que no tiene otro remedio para seguir mal gobernando que ceder a ese chantaje.
Existen unos hechos que nadie se atreve a denunciar y que hoy no tengo más remedio que poner de manifiesto. Se trata de todas aquellas peroratas y declaraciones públicas que suele hacer los partidarios del procés en TVE, hablando en su lengua vernácula, el catalán, con evidente desprecio y arrogancia a toda la ciudadanía nacional, y a toda sentencia judicial.
A propósito de este caso, me viene a la mente, aquel torero que, ante las protestas del público, se dirigió al tendido y le hizo un corte de mangas a los espectadores que estaban allí. Inmediatamente fue detenido por las fuerzas de orden público.
Algo parecido es eso de hablar en cualquier lengua vernácula ante millones de ciudadanos, despreciando la universal lengua española, solo que, en este caso, las fuerzas de orden público no actúan porque el Gobierno calla vergonzosamente, como calla el Fiscal General del Estado. Hay que decir con toda rotundidad que el político que así obra infringe gravemente su deber de hablar nuestra universal lengua española, y al mismo tiempo, ataca nuestro derecho de oírla en boca de quienes nos gobiernan. Todo esto supone un corte de mangas de los soberanistas a todos los españoles, semejante al del susodicho torero al tendido, burlando nuestros derechos fundamentales chulescamente.
En consecuencia, el Gobierno debiera actuar, pero está hipotecado para nuestra vergüenza y para su deshonor. Parece como si los cuatro jinetes del Apocalipsis se nos mostraran hoy como: los desastres pandémicos, climáticos, geológicos y, el caos político. ¿Sería la solución, convocar elecciones?
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