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Había dos excelentes razones para entrar: libros y climatización. Allí encontré 'Demóstenes', estudio que el alemán Werner Jaeger dedicó al gran estadista y orador ateniense. Extraordinario que fuera una reimpresión de 2017: la monografía original data de muy lejos, 1938, y de 1945 la ... traducción al español por uno de nuestros filósofos exiliados, el catalán Eduardo Nicol.
Jaeger (1888-1961) y Nicol (1907-1990) pertenecieron a la diáspora intelectual que la terrible década europea de 1930 expulsó hacia el nuevo continente. Jaeger, casado en segundas nupcias con una estudiante de ascendencia judía, Ruth Heinitz, fue profesor en Chicago y Harvard; Nicol, republicano, catedrático en la mexicana UNAM. América dio continuidad y seguridad a sus carreras.
'Demóstenes', que procede de unas conferencias en la universidad californiana de Berkeley en 1934, refleja bien aquella atmósfera de humanismo amenazado por la voluntad de poder imperial que era el rasgo historicista del fascismo. Pues el político griego había defendido frente a Filipo de Macedonia las libertades de las ciudades-Estado. En la retórica ultranacionalista del siglo XX, los caudillos del pasado se invocaban a menudo como prefiguración del grandilocuente dictador local. Muchos eruditos despreciaban a Demóstenes como protector del egoísmo municipal en una época que marchaba hacia la agrupación del mundo helénico y su expansión imperial a todo Oriente Medio, como sucedería con Alejandro Magno, hijo de Filipo. El orador ático habría sido una persona anticuada nadando vanamente contra la corriente histórica. Jaeger, en cambio, reivindica a Demóstenes por su compromiso con un ideal, negando que el éxito fáctico deba ser el exclusivo patrón de valoración de una vida.
Demóstenes tuvo que ver con los problemas esenciales de la democracia y sus exigencias de comunicación. Aunque ha legado a nuestro diccionario el sustantivo 'filípica', o discurso acusatorio, a imagen de los que él pronunció contra el rey macedonio, este huérfano de un fabricante de armas que tenía su taller cerca del actual aeropuerto Elefterios Venizelos nos sugiere dos mensajes más trascendentes. El primero, la dificultad cognitiva de la democracia. El segundo, la importancia y límites de la oratoria.
Dificultad cognitiva. Jaeger subraya cómo los previsores consejos de Demóstenes a los atenienses son desatendidos una y otra vez, hasta que resultan escuchados cuando ya es demasiado tarde para oponerse a Macedonia. Incluso había en Atenas maestros 'nacionalistas' de retórica, como el anciano Isócrates, que preferían que Filipo dominara a los griegos para lanzar una empresa común contra los persas. El problema cognitivo ha mutado poco en dos milenios: la toma popular de decisiones se basa en análisis insuficientes, o por déficit de meditación o por superávit de emoción. La cantidad de políticos de Cantabria que han hecho fortuna electoral hablando en serio creo que se aproximará a entre cero y dos. 'En serio' quiere decir: los verdaderos temas de demografía, economía, ciencia, educación, sostenibilidad, inmigración. Eso 'no vende'. Los votos se ganan con simpatía y prometiendo proyectos memorables.
Como en época de Demóstenes, las democracias tienen un problema de 'timing'. Tardan en afrontar las decisiones porque tardan en madurar el análisis. Suelen ser reactivas a hechos consumados, pero no a previsiones fundadas. Nadie ha ganado un voto en Cantabria ni el 28 de abril ni el 26 de mayo explicando cómo encarar la sostenibilidad de las pensiones o la sanidad.
Importancia y límites de la oratoria. Los atenienses tomaban sus decisiones en la Asamblea ('Ekklesía', de donde viene nuestra 'Iglesia'). No había partidos, ni diputados. Los oradores intervenían desde la 'bema' o estrado, y después los ciudadanos votaban lo que más les había convencido. De ahí que alguien como Demóstenes pudiera influir en el Estado sin desempeñar un cargo ejecutivo. La oratoria era también fundamental en los juicios. Como la ley obligaba a la gente a defender su causa en persona, no existían los abogados, pero sí los 'logógrafos', personas que les redactaban (cobrando) los discursos de acusación o defensa. Además, había muchos pleitos de tipo político, que buscaban eliminar al rival por vía penal. (Como verá usted, todo esto es viejo ya de 25 siglos).
Hoy vivimos en democracias parlamentarias, no asamblearias; mediáticas, no presenciales. La colina de Pnix o el Teatro de Dionisos son ahora plató de televisión, estudio de radio, portada de periódico, pantalla táctil. Los propios debates parlamentarios se plantean de cara a los medios y carecen de diálogo. En una sesión de investidura como la que hemos vivido en Cantabria hace una semana, cuando empiezan los discursos ya está todo el pescado vendido, a diferencia de lo que sucedía en Atenas. Por tanto, nuestra oratoria es mediática: busca el titular y la audiencia ausente. Por mucho que se hable, ya no hay discursos de persuasión, sólo frases de conmoción. Los presuntos debates son de aquí te pillo, aquí te mato. Tampoco los juicios, aunque haya jurado popular, se prestan a la retórica, ya que el proceso está muy formalizado. Quizá en los juicios a políticos, como algunos que hemos vivido en Cantabria, es donde más se ha visto una cierta resurrección de logomaquias áticas.
La mediación parlamentaria parece un avance sobre el asambleísmo. Pues quizá los que ganan sus escaños halagando el oído al pueblo quieran después halagar su discernimiento. Pero, si la advertencia juiciosa sólo es aceptada demasiado tarde, ningún político tendrá incentivo para ser juicioso y sí para enfocar su oratoria a una ilusoria felicidad (la que viene, según el Gobierno; la que podría venir, según la oposición). La solución estaría en una mejora educativa que favorezca la deliberación. El infructuoso esfuerzo de talentos como Demóstenes o Platón en aquel siglo IV a. C. muestra que no es tarea fácil. Educación para la ciudadanía, eterno suspenso.
Por último, Demóstenes propugnaba la autonomía de las ciudades en un momento de confluencia política y económica ('globalización', diríamos hoy) en el Mediterráneo oriental. Un problema muy actual: cómo combinar participación cívica de base regional con gobernanza de espacios mayores, en nuestro caso la Unión Europea. Demóstenes se suicidó en un santuario de Poseidón para no caer en manos de sucesores de Alejandro. Fue un signo de que la escala del poder había cambiado definitivamente, y con ella las de ciudadanía y comunicación. Es la escala que nosotros debemos gestionar, con varias identificaciones cívicas (todas esas banderas en los mástiles) y abundantes complejidades administrativas. Las noticias del día, vaya.
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