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Uno. Es habitual decir que la democracia [liberal] es discusión racional. Si esto es así, la democracia real, visto desde el prisma de la realidad presente [¿que se remonta a...?], ofrece un panorama desolador. Lo racional 'stricto sensu' demanda de modo inesquivable un determinado ... nivel intelectivo en quienes participan, al menos de manera directa y en primera línea, vulgo los políticos, de su diario ejercicio; la discusión implica, obviamente, capacidad para hablar... racionalmente, claro, esto es, aptitud para formular pensamientos e ideas correctamente verbalizados. Ambas dimensiones o facetas [«el hombre es el ser que piensa»; «el hombre es el ser que habla»... -aclaración innecesaria: la palabra hombre, término, en este contexto, genérico, designa a los individuos pertinentes al género o especie humano-; ambas definiciones, aristotélicas, por supuesto, conforman una unidad inescindible cuya enunciación podría ser la que sigue: «sólo se piensa si se sabe decir lo que se dice pensar»] confluyen en un panorama unitario: la democracia no es sino el diálogo, la discusión, racional, entre personas que saben razonar y expresar el producto de sus razonamientos. Con estos mimbres, dejo al juicio de cada lector la ponderación acerca del nivel discursivo-racional de los políticos al uso.
Dos. La política tiene, ciertamente, límites, más o menos, insoslayables: el estado de la ciencia y la técnica, la economía, el poderío militar de un país... entre otros no desdeñables factores. Mas el arte de la política estriba, justamente, en intentar superar aquellos límites, así como en saber potenciar las virtudes y poderes propios, individuales y colectivos. La política, reiteremos el tópico, es el arte de lo posible... y, cabría apostillar, el arte de todo lo posible, y una pizca de añadidura. Ni una miaja de menos.
Tres. Ciertamente, no hay discusión racional si sus ejercientes diarios, los políticos, se limitan [deliberadamente o por limitación personal para otros menesteres] a reproducir las consignas y eslóganes elaborados por los publicistas de los partidos políticos. Los políticos, gansos cuyas bocas son empleadas para que hablen las cúpulas partidarias. Ante esta situación, más conveniente y realista sería que los órganos políticamente representativos [parlamentos, ayuntamientos...] quedaran reducidos a la composición estrictamente proporcional derivada de los resultados electorales. Aunque ello redundaría en una reducción drástica del número de políticos, de las oportunas clientelas políticas y de las retribuciones.
Cuatro. El descrédito de la democracia tiene un parapeto incontestable: «La democracia es el peor sistema... si se excluye a todos los demás», al decir de Winston Churchill. Un parapeto al que se acogen quienes están personalmente incapacitados para ejercer esa discusión racional en que consiste la democracia liberal.
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