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Hace ya algún tiempo que la democracia lograda con tanta paciencia y esfuerzo muestra síntomas preocupantes. La proliferación de partidos es un éxito para algunos que consideran que la perfección está en la difícil pluralidad, pero la comparación de la estabilidad política de un par ... de décadas atrás que proporcionaba el bipartidismo despierta nostalgias. Que haya muchas ofertas para elegir ante las urnas puede ser bueno y lo sería si después se ahormaran las diferencias y se pudieran conseguir con facilidad los acuerdos necesarios para una buena gobernanza.
No está siendo así y deberían reconocerlo con tristeza los que tienen en sus manos la responsabilidad. Con la pandemia sufrimos la prueba más dura para nuestra convivencia que nadie se había imaginado y lejos de contribuir a enfrentarla desde la fuerza de la unidad, lo que está ocurriendo es lo contrario. Se han multiplicado las diferencias y, lo peor, se ha crispado el ambiente. La lucha política, que debe ser lógica y positiva, ha degenerado hasta límites deplorables.
Lo ocurrido el viernes en el debate electoral entre los candidatos de VOX y UP, es una alerta de cómo están evolucionando las formas y aumentando el odio y el enfrentamiento de tan dramáticos recuerdos para las anteriores generaciones. Que una política de apariencia educada se haya negado a condenar tajantemente un acto cuando menos de simbología criminal es inaceptable. Que dos miembros del Gobierno y un candidato a las elecciones madrileña –Pablo Iglesias– hayan recibido un sobre con varias balas es una amenaza y un gesto que no puede dejarse pasar por alto.
La señora Monasterio negándose a condenarlo dejó en el ambiente una sensación deprimente. El terrorismo nos ha atormentado durante mucho tiempo como para que cualquier nuevo intento, por nimio que resulte, deje de tener una respuesta clara y contundente. Hasta que se celebren las elecciones no sabremos cómo influirá este espectáculo tan triste en el ánimo de una sociedad ya deprimida por la pandemia y en los resultados.
Por de pronto, en la imagen de VOX, que enfrenta la sospecha de sus ideas filofascistas, anulará los esfuerzos de sus dirigentes por disimular sus ideas anacrónicas y contrarias a las libertades conquistadas. Quizás exacerbe más el ánimo de algunos de sus 'hooligans', aunque también es probable que complique la que se vislumbra como principal opción de formar una coalición conservadora con el Partido Popular. Si esa posibilidad triunfa, el nuevo Gobierno de Isabel Ayuso partirá con un hándicap que lastrará la imagen de Madrid.
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