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Las declaraciones del ministro Alberto Garzón sobre la ganadería y la calidad de la carne han desatado una polémica que, utilizando la visión histórica, resulta absurda. La 'industrialización' de la producción agrícola y ganadera ha supuesto un paso decisivo para eliminar el hambre en muchos ... países y para mejorar la dieta de la gran mayoría de la población. En las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo la carne era un producto caro, que la mayor parte de la población adquiría en contadas ocasiones. Los mismo ocurría con otros productos como determinados pescados, frutas, etc.
Aquella situación ha quedado en el acervo cultural de quienes vivieron esa etapa: en los tebeos aparecía Carpanta, un personaje siempre hambriento, que soñaba con un muslo de pollo. La carne de pollo era un manjar que se disfrutaba en contadas ocasiones. La aparición de macrogranjas supuso que ese producto pasara de ser caro y minoritario a barato y de gran consumo. Naturalmente, el sabor, la textura, el color y el tamaño no eran idénticos. Mientras que la carne de gallina procedente de criaderos masivos perdió sabor, color y textura, la de aves procedentes de cría familiar o de granjas con pocos animales y alimentados con grano conservaron esas características y encontraron un mercado minoritario, en el que el precio se elevó de manera sustancial.
Los médicos nutricionistas coinciden en afirmar que el potencial nutriente de la carne de pollo y de vacas estabuladas es el mismo que el de las que picotean libres o pastan en los prados. Otra cosa es el sabor y la presentación. Las granjas intensivas han democratizado determinados alimentos hasta ponerlos al alcance de la mayoría y, sobre todo, han mejorado la dieta de millones de personas. Para lograr el objetivo de que la carne, la leche, el pescado, etc. se abaraten el camino es claro: producir mucha cantidad en poco tiempo y de esa forma equilibrar la oferta con la demanda.
Si se suprime el actual sistema de ganadería intensiva, piscifactorías, cultivos bajo plástico, etc., la producción agroalimentaria no podrá cubrir las necesidades básicas de una población que ha crecido de forma exponencial, en el siglo XX. Las nuevas formas de producir alimentos, como ocurre con todas las innovaciones, tienen desajustes que han generado problemas. Para evitar fraudes y desmanes los países de UE han activado leyes que garantizan la calidad de los alimentos, de todos los alimentos. España, como el resto de naciones de la UE, respeta las normas y por tanto la calidad sanitaria y alimentaria de la carne española está plenamente garantizada.
Las sombras pergeñadas por el ministro Garzón afectan directamente a su propio gobierno, ya que insinúa que en España se pone en el mercado carne sin las suficientes garantías de calidad y, aunque no sea exacto, es fácil trasladar el concepto calidad a control sanitario, fraude u otras deficiencias que suscitan una grave alarma social, porque aun queda en la memoria colectiva la grave intoxicación por el aceite adulterado, las vacas locas o el fraude de la carne inyectada con clembuterol.
Las inspecciones sanitarias, las etiquetas que certifican el origen de carnes, quesos, pescado, hortalizas son rigurosas y fiables. En caso contrario, se estaría cometiendo un fraude que debería estar ya denunciado y sancionado por el propio gobierno. Es obligado diferenciar entre calidad y garantías sanitarias y nutricionales. Cualquier persona que compra productos en su supermercado se enfrenta a diferentes opciones, existen alimentos con importantes diferencias de precio. Los más ecológicos son los más caros y los procedentes de piscifactorías o granjas con muchos animales o tomates cultivados bajo plástico son más baratos que los producidos por los sistemas tradicionales y en temporada. La diferencia no estriba en la potencia nutricional que es prácticamente idéntica sino en las características organolépticas: el sabor, la presentación, etc. En el vino tenemos el mejor ejemplo: se puede adquirir una botella desde cuatro euros hasta ciento cincuenta o más.
Los expertos en agricultura y ganadería coinciden en afirmar que sin las nuevas técnicas de producción la humanidad no tendría recursos suficientes para alimentarse. El mercado sanciona que los alimentos procedentes de cultivos ecológicos o de animales criados en libertad son más apreciados y se constata que gracias a la producción intensiva de carne de pollo, huevos, leche, trigo, etc. se ha mejorado sustancialmente la alimentación de la mayor parte de la humanidad. Garzón debe explicar que, en efecto, hay vidas mejores con acceso a carne ecológica o huevos campesinos, pero que con esa oferta no se cubre la demanda. En definitiva, hay vidas mejores, pero son más caras.
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