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El poder público de Cantabria ha dado estos días la impresión de estar grogui ante una serie de guantazos del telediario. En el frente económico, el increíble revés de las previsiones del presupuesto del Estado para 2021. Resulta que en plena recesión el Gobierno ... PSOE-Podemos-IU, avalado por el PRC, va a invertir en Cantabria un 14% menos que Rajoy tres años antes y cuando estos mismos partidos protestaban airados entonces contra el presupuesto del pérfido Montoro. Precisamente, en una grave recesión y con los frenos fiscales de Bruselas temporalmente suspendidos, era ahora el momento de invertir no un 14% menos, sino un 30% más para activar la economía y combatir un desempleo que podría llegar a 45.000 personas a principios de año.
El 'papeluco' ha muerto. Ni tren ni tran. Prácticamente ni un euro que no estuviera en los BOE y los compromisos del ya lejano ministro santanderino, De la Serna, al que sus sucesores están haciendo un monumento que ni el ecuestre de Vercingétorix en Clermont-Ferrand. No sé si la certificada capacidad de amortiguación de las moquetas permite al poder escuchar la hondísima decepción que todo esto produce. Aumentar la inversión en Cantabria significativamente era la justificación tanto de la presencia regionalista en las Cortes (si nos dan menos que con Rajoy, ¿para qué ha servido el viaje?), como de la coalición de gobierno en Cantabria, basada en unas promesas que han durado lo que un gato en una pescadería. En una época de crecimiento económico esto podría ser una mera discusión sobre ética política.
En un periodo de profunda depresión empresarial y laboral, en cambio, resulta un acontecimiento demoledor, intratable. La apuesta ha servido para sacar menos de lo que había antes de apostar. Para Cantabria son dos años y medio a peor, claramente a peor. ¡Y lo que queda!
No habrá, pues, motor del Estado. Y los fondos europeos, por su propia tramitación, no afluirán hasta 2022 (y a Cantabria los que quiera Moncloa, que ya sabe que no habrá presión). Además, algunos ayuntamientos se están dedicando a amortizar deuda bancaria o, como el de Torrelavega, subir presión fiscal en vez de reducirla, como el de Santander, y siguen ambicionando esos superávits de presupuesto que son déficits de humanidad. Esto podría corregirlo el Gobierno de Cantabria convocando a la FMC e impulsando buenas prácticas macroeconómicas, porque es imprescindible mantener el poder de compra de los hogares en 2021 si queremos salvar empleos, pero el Gobierno tiene sus propios desbordamientos.
Uno de ellos, el sanitario. Hemos presenciado con perplejidad cómo el lehendakari protegía nuestra salud (confinando la vecina Vizcaya) mejor que nosotros mismos. Hemos llegado a declararnos confinados perimetralmente cuando ya nos habían confinado contra el océano nuestros tres vecinos. Como si viera a Gila de recluso diciéndole al carcelero: «¡Pues, hala, ahora me confino!». Otro signo de desbordamiento: el lío escolar. Que los días no lectivos darían lugar a más movilidad no era ningún misterio. Y para evitar la movilización de esos miles de cántabros no hacía falta esperar a estadísticas del apocalipsis (que a los jueces tampoco se les han mostrado, por cierto, de ahí la sentencia). Bastaba con prudencia y hablar antes las cosas. Porque la gente de Cantabria ha demostrado que tiene sobrada capacidad de entenderlas y asumirlas. Balance: todos mosqueados y todos en movilidad vacacional, porque el confinamiento municipal cuando el 30% de la población vive en un solo municipio, y otro 10% en otro, y a ambos además puede ir por trabajo, salud o familia, o pedaleando, el otro 60% de Cantabria, pues ya me contarán...
Desbordamiento en hostelería y comercio. El miércoles estábamos discutiendo entre amigos si los restaurantes y bares podían servir en el interior o no, y la impresión mayoritaria, a tenor de las noticias leídas u oídas en el día, era que ya no. Hasta que en este diario nos aclaró, tras investigar, que esa medida sólo se aplicaría desde este sábado. Pero el daño estaba hecho, por una confusa comunicación.
Desbordamiento de las tensiones en unos desórdenes públicos que hacía mucho tiempo que no se veían en Cantabria, con heridos y detenidos. En los alterativos de suyo y en los inconscientes que se suman a la destrucción y demuestran que el gran fracaso del país se llama ESO, estas acciones son habilitadas (nunca justificadas) por los bandazos y el descontrol que se transmite desde las alturas. Y es que pasamos de convocar despreocupadamente a millones de madrileños a confinar de urgencia nuestros 102 municipios. Estábamos tratando de convencer a la abuela de que recortase su ya limitada vida social, mientras simultáneamente miles de personas animaban al Racing en El Sardinero. La abuela se podría haber ido tan pichi a la tribuna del Racing y la autoridad competente lo hubiera visto bien. De esta manera es imposible hacer pedagogía. Hay un desbordamiento mental de la gente, derivado de un galimatías comunicativo oficial que, si en primavera pudo ser disculpable por el susto, ahora ya no. Debe corregirse. Porque la etapa siguiente es la pérdida de la paciencia social. Hay que frenar antes y restablecer credibilidad.
Sí, desbordamiento. Las decisiones propias parecen pisar callos sin mirar antes si hay algún pie cerca de donde vamos a posar el piano. Nos desborda la 'vendetta' de Sánchez por el inexplicable 'no' regionalista en su segunda investidura, enigma que ya apunté aquí hace un año y cuyo resultado ahora me da la razón (hay premio por ser decisivo, no por ser indecisivo).
La presión cae de nuevo inmisericorde sobre el personal sanitario, que teme otro desbordamiento, y sobre los empleos que dependen de la sociabilidad y la movilidad. Son muchos meses ya y quedan muchos meses aún. El ruido de fondo en la industria de automoción, las grandes firmas comerciales, la banca, el transporte y el turismo no es bueno. Las previsiones de Bruselas para 2020 y 2021 han empeorado. Hay que espabilar.
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