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El orden se ha roto. La crisis ha terminado con la seguridad cotidiana. Se han trastocado varios de los ejes de nuestra existencia común. Algunas de nuestras referencias se han perdido. Ha desaparecido el equilibrio; ¿dónde está nuestro acostumbrado control de todo? De pronto hemos ... caído en la cuenta de que somos muy frágiles, y estamos asustados.
La crisis es «sistémica»; el problema es «poliédrico». Obviamente, es un grave problema de salud pública (que afecta a la atención sanitaria y al conjunto del sistema de salud: recursos humanos y tecnológicos, infraestructuras, planificación, gestión, logística, investigación, producción de fármacos, educación para la salud...). Pero también estamos ante una gravísima crisis económica. Y también se deben tomar medidas legales, y de gestión del orden público, y hay que mantener elementos esenciales del sistema productivo y no se puede interrumpir el sistema de distribución, ni los transportes, y es preciso que funcionen los servicios esenciales de información... Efectivamente, prácticamente no hay un ámbito de la sociedad que no esté afectado. Y sí, el asunto también trastoca las relaciones humanas y afecta a nuestro estado de ánimo.
En la compleja sociedad tecnológica que vivimos todo está conectado. La globalización afecta a todo: a la economía, a la cultura, a la información, a los problemas medioambientales, al terrorismo y a la transmisión de los virus. Sí, sufrimos en una pandemia, y, sí, efectivamente, los virus no entienden de fronteras entre países, de ideologías políticas, de clases sociales. Claro que los recursos económicos, los tecnológicos, los servicios sanitarios, las medidas preventivas, la gestión de la crisis y las actuaciones personales influyen en el problema (como casi siempre, las desigualdades económicas y educativas se traducen en diferencias de morbilidad. Sí, en las crisis sufren más los que menos tienen), pero, admitido lo anterior, el problema que nos ocupa nos afecta a todos y solo entre todos podremos controlarlo.
La todopoderosa sociedad hipertecnológica se encuentra perpleja: ¿qué pasa que no lo controlamos? Ulrich Beck habló de 'La sociedad del riesgo', Zygmunt Bauman de la 'Vida Líquida' y, más próximo a nosotros, Enrique Gil Calvo escribió sobre el 'Futuro incierto'.
En el primer tercio del siglo XX el peligro «global» estuvo en las guerras mundiales y después sucedió el miedo a un enfrentamiento nuclear entre las grandes potencias. Con la caída del bloque soviético no llegó 'El fin de la historia' (F. Fukuyama): las guerras siguen presentes (eso sí, en ámbitos locales y, además, no se ha producido un enfrentamiento entre civilizaciones), pero el funcionamiento del capitalismo liberal tiene -y causa- serios problemas.
Por otra parte, el descontrol tecnológico provocó la crisis de Chernobil y después el accidente nuclear de Fukushima. La crisis medioambiental es reconocida por la mayoría. Y ahora nos enfrentamos al coranovirus, el Covid-19 (y nos vienen a la cabeza las epidemias y enfermedades que en la antigüedad diezmaban a la población: la peste bubónica, la viruela, la tuberculosis, y después la gripe del 18, y más recientemente el VIH, la gripe «asiática», la gripe A...). Sí, somos frágiles. Un virus ha asaltado nuestra sociedad del bienestar y tenemos miedo, miedo a lo desconocido, a lo que no se ve, a lo que no se controla.
La gente enferma por miles y muchos están muriendo ¿cómo no preocuparnos por nosotros, por nuestros seres queridos, por nuestros vecinos?
Ante las crisis, en las sociedades antiguas se hacían sacrificios a los ídolos, más tarde los humanos hemos rezado. En la sociedad tecnológica se busca la solución en la ciencia; pero, la razón científico-técnica no basta, también necesitamos calor humano frente al frío de la incertidumbre, del miedo y del dolor, y ese calor se encuentra en el afecto de los próximos, en la solidaridad de los vecinos y también de los desconocidos que se ponen en nuestro lugar.
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