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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre esa sentencia de una jueza de Zaragoza, que trascendió hace unas cuantas semanas, en la que condenaba a una conocida empresa de telecomunicaciones a indemnizar a un particular con 6.000 euyros, por el «daño producido ... a su intimidad, tranquilidad y descanso». La empresa, según la sentencia, llamaba de manera «avasalladora y acosadora» al ciudadano que, pese a haber expresado reiteradamente, por vía oral y escrita, a la compañía su deseo de ser borrado de su base de datos, continuaba recibiendo llamadas comerciales de la condenada, a horas en las que, por su trabajo, necesitaba descansar.
Y no me sorprende el hartazgo del ciudadano afectado, a tenor del que me produjo a mí esa misma compañía hasta hace unos meses o el que padecen también algunos familiares y conocidos por mucha menor, pero parecida, causa. Es más, te diré que una amiga me contaba hace poco que recientemente había aceptado una llamada de la muy puñetera, mientras conducía. Al darse cuenta de que era una llamada comercial y viendo que el tráfico le impedía atender con su delicadeza habitual a la operadora, optó por disculparse un tanto abruptamente y terminar la conversación. Las últimas palabras que escuchó fueron algo así como «te vas a acordar de mí». Y dicho y hecho: un rato después empezó a recibir llamadas en su móvil de varias empresas que afirmaban tener aviso de ella misma de que la llamaran para atender sus ofertas. Una pesadilla que duró tres horas y que hizo que mi amiga, en efecto, se acordase de aquella operadora.
En casa tuvimos que denunciar a esa misma empresa, porque no dejaba de mandar facturas a un familiar, a pesar de haberse dado de baja muchos meses atrás.
Existe una cierta impunidad de estas entidades. Hay una regulación que las obliga a no ejercer su publicidad en fines de semana o durante la noche; también a respetar tu número si lo das de alta en una página web que registra tu deseo de no ser interpelado comercialmente. Pero la realidad es que no la cumplen y que la normativa les importa un carajo: simplemente, tienen tu número, porque se lo cedió un tercero cuando aceptaste esta o aquella 'cuqui' o las condiciones de alguna compra internáutica, y está: bienvenido a la pesadilla.
Yo también, como te decía, he sido víctima de este acoso. Quizá no tan pronunciado como el del usuario que denunció o el de mi amiga, pero aún sufro las consecuencias de su actitud. No sabía cómo enfocar la cuestión. Las primeras veces escuchaba, porque, a ver, quien te llama está haciendo su trabajo y tú no quieres ser desagradable. Mi respuesta siempre era la misma: «no, no deseo cambiar de compañía, ni beneficiarme de las ventajas de la suya, ni ahorrar dinero». Pensaba que así me dejarían en paz. Pero no. Seguían llamando cada poco. Cambié, entonces, de estrategia; empecé a preguntar yo a mis interlocutores de dónde habían sacado mi número y mi nombre; a pedir hablar con su jefe para que me diera de baja en su base de datos; y, como penúltimo recurso, a preguntar si les importaba que grabara yo la conversación, por si tenía que denunciarlos: entonces me colgaban, pero al poco llamaba otra persona. Incluso llegué a perder la paciencia a veces y a enfadarme con el pobre operador. Pero todo fue inútil. Si no estaba en casa, al llegar me encontraba con unas cuantas llamadas de un mismo o parecido número. Lo investigaba y sí, era de la maldita operadora.
Pero el colmo de todo llegó cuando empecé a recibir llamadas de números extranjeros: polacos, alemanes, británicos... Como tengo amigos hasta en el infierno, descolgaba, no fuera que me estuviera llamando algún Lucifer. Pero no: era la misma jodida empresa que, con un operador que apenas chapurreaba el español, mira tú, empezaba a preguntarme si era yo el titular de la línea y todo ese rollo que ya sabes. Así burlaban la ley.
Se me ocurrió, entonces, que, como ya nadie conocido me llamaba al fijo, podría dar de baja esa línea y mantener solo la del móvil. Pero tampoco: por lo visto, si tienes servicios fibra óptica en casa, necesitas la línea: me tuve que quedar con ella.
La solución final fue desconectar el teléfono fijo. Así es como he conseguido que no me den la lata. En todo caso, es una solución cara que perjudica al consumidor, porque, por lo visto, al legislador no se le ha ocurrido desvincular por ley el cobro de los servicios de fibra óptica de los de telefonía. Y es injusto y abusivo pagar por un servicio que no quieres y que, encima, no usas. Supongo que será cuestión de tiempo que eso se regule. Hoy por hoy, los ciudadanos estamos indefensos y tenemos que pagar.
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