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Una orla de espuma ceñía la costa, creando nubes de salitre y agua pulverizada que desdibujaban el horizonte. Por el través de babor, el litoral cantábrico era un murallón azulado deslizándose a unas tres millas de distancia por la banda de babor, entre bandazos y ... cabezadas. Al fondo, hacia el sur debería verse una cadena de montañas. El patrón, aferrado al gobierno, buscaba infatigable la señal que le orientase hacia el seguro refugio de la bahía.
La ansiedad se disipó por unos segundos al distinguir una mancha blanquecina suspendida sobre las rompientes. Antes de que se le colgara la tablet del radar sabía que el cabo de Ajo era el punto más boreal de Cantabria. Si lo superaba, más al oeste, la costa se retraía ligeramente hacia el sur y el peligro quedaba conjurado.
El patrón había memorizado el dato del Derrotero del Cantábrico: «Faro de Ajo: Número internacional D1552 / ARLHS SPA-153.Fuste cilíndrico blanco sobre soporte blanco, también cilíndrico, rematado por dos balconadas y cubierta gris sobre linterna que se levanta a 71 metros».
Ese tiene que ser, barruntaba el marino. Se limpió otra vez las gafas y entornó los párpados. La bruma se disipó un par de segundos y la imagen del faro se dibujó con más precisión. La nívea torre brillaba, perfectamente aislada y solitaria, sobre la maciza meseta.
El patrón suspiró aliviado echando una ojeada al compás. Si se mantenía en el rumbo 230, contando con la deriva que le imponía el viento de noroeste, en poco tiempo se toparía con el faro de Mouro que le metería en Santander.
Tenemos en la cabeza la idea de que el faro marítimo es una luz que guía en la noche. Idea simplona, porque el faro es la señal marítima que identifica un punto de la costa terrestre las 24 horas del día. Del atardecer al alba, el faro nos habla con un código propio de destellos luminosos. El resto del día lo hace con la forma y el color. Su identidad, su apariencia, está exactamente descrita en todos los idiomas del planeta y figura en todos los derroteros, libros de Faros y Señales, Pilot Books y Cartas de Navegación. El faro no entiende de nacionalidades porque es una señal destinada a ser reconocida, sin sombra de duda, por los marinos del mundo que necesitan saber dónde demonios están cuando la tecnología se va a hacer gárgaras.
El faro de Ajo aparece en las Cartas Náuticas desde hace noventa años, aunque su presencia está referida desde hace siglos. Como todo faro activo debe mantenerse en perfecto estado cada minuto, con su linterna encendida a tiempo y su apariencia exterior intacta y claramente reconocible.
A su alrededor no debe existir obstáculo alguno que dificulte su correcta identificación, sin otras luces parpadeantes que camuflen sus destellos, ni edificios que tapen o distraigan su figura. Al borde de una costa baja y llana, su altura debe crecer para sobresalir sobre cualquier otra construcción. En costas altas y oscuras ha de resaltar gracias a su inmaculado color blanco. En ocasiones, ese blanco puede verse cruzado por bandas negras o rojas que acentúen aún más su presencia y le distingan de otros faros cercanos.
Hace pocas semanas, el faro de Ajo ha modificado su apariencia diurna. Su imagen se ha recubierto de pinturas de colores en 180 grados de su fuste, así como la linterna, y al resto se ha añadido una ancha banda oscura salpicada con una constelación de puntos y manchas que ensombrece su aspecto en la distancia. Visto por el través, desde los laterales, situación común cuando los marinos cabotean, su imagen se ha deformado de forma notoria, pues aparece camuflado con imágenes de muchos colores que lo vuelven irreconocible.
Es de suponer que el brutal cambio sufrido por la señal marítima internacional ha sido documentado con suficiente anterioridad ante la Organización Marítima Internacional (Naciones Unidas), la Agencia Europea de Seguridad Marítima (EMSA), la Dirección General de la Marina Mercante (Ministerio de Fomento), el Instituto Hidrográfico de la Marina (Ministerio de Defensa) y la Asociación Internacional de Ayudas a la Navegación Marítima y Autoridades de Faros (IALA), de la que España es destacado miembro.
Así debe ser, desde el momento en que parece haber sido consentida, alentada y celebrada por autoridades locales y regionales de Cantabria, con el aparente «nihil obstat» de la Autoridad Portuaria de Santander (Puertos del Estado). Sorprende su actuación, dado que las señales marítimas forman parte de la Seguridad Marítima, de la misma forma que las señales de tráfico son parte de la seguridad vial. Por la misma razón que deformar, repintar, alterar o anular una señal de tráfico rodado es susceptible de constituir un delito y es una amenaza a la vida humana, cabe decir lo mismo cuando se actúa en contra de las señales marítimas.
Ante tal precedente y para enriquecer la alegre fiesta consistente en decorar elementos que velan por la seguridad de la vida humana en el transporte, quizás no tardemos en ver decoraciones variopintas en las señales de tráfico de nuestras carreteras y autovías. Sería menos peligroso pintar de malva fosforito, con rayas y lunares, el palacio de la Magdalena o el Gran Casino del Sardinero, y también atraerían a multitud de turistas.
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