El desfiladero
LA CUARTA ·
Las dificultades de comunicación fueron causa de que Liébana, durante siglos, pasara de puntillas por la historia de CantabriaSecciones
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LA CUARTA ·
Las dificultades de comunicación fueron causa de que Liébana, durante siglos, pasara de puntillas por la historia de CantabriaLa pared que está enfrente de mí es tan blanca como la leche, o tan blanca como la nieve. Es una pared española, estoy en los Picos de Europa. Es mayo y nieva. El parador donde me hospedo está bajo una pared montañosa, pero esto ... suena demasiado agradable. Dientes de dragón, mandíbulas de un Dios, piedra con hilachas, muescas, heridas. Éstos son los valles y los puertos de montaña de los reyes de Asturias, que una vez cambiaron la historia de Europa y con ella la del mundo. Suena misterioso, y parece una exageración, pero el que esto escribe está en armonía con su entorno. La naturaleza toca aquí grandes órganos. El mar está a treinta kilómetros de distancia en dirección norte, la pared montañosa bajo la que se esconde este albergue alcanza los tres mil metros, la decoración granítica de un teatro sin representación, un telón semicircular de piedra gris mordisqueada bajo el cual todo se vuelve absurdo. El camino se termina aquí; tras los inexpugnables muros habitan águilas, osos, urogallos. Fuente Dé se llama el parador, en las montañas de arriba nace el río Deva, que se debe abrir camino hacia el mar luchando, y de este modo ha escindido los precipicios por donde pasé ayer».
El hispanista Cees Nooteboom, de cuya obra 'Desvío a Santiago' (1986) he reproducido este hermoso texto, es uno de los numerosos turistas españoles y extranjeros, que además de nosotros, se acercan cada año a Liébana para disfrutar de sus múltiples y maravillosos atractivos. Esto no hubiera sido posible sin el duro esfuerzo, durante casi veinticinco años, de cientos de lebaniegos, que, desde los dos extremos del Desfiladero de la Hermida -el precipicio por donde el autor indica haber pasado-, se esforzaron en abrir una carretera que les comunicara con «La Marina», como ellos denominaban a la provincia de Santander.
El académico Eduardo García de Enterría en 'Liébana. Tierra para volver', obra que tuve el gozo de editar, escrita no sólo con el conocimiento del territorio y su historia, sino con el corazón trascendido de su amor a Liébana, detalla el camino que debían recorrer para viajar a la provincia de Santander, «desde la gran caldera cuyas paredes son, por una parte la Cordillera Cantábrica y por otra parte los Picos de Europa, ese milagro geológico de un extenso bloque de caliza dolomítica». El camino más frecuentado fue por el Puerto de Pasaneu desde donde, por San Pedro de Bedoya, descendían a los valles de Lamasón y Nansa. Cuando desde Potes la carretera llegó a La Hermida, el viaje se acortó por Peñarrubia, Linares y Collado de Hoz hasta el Valle del Nansa; y un tercer camino era, desde el Alto de Piedras Luengas y la Cruz de Cabezuela para descender al valle de Polaciones, Salceda y Tudanca.
Sin duda estas dificultades de comunicación fueron causa de que Liébana, durante siglos, pasara de puntillas por la historia de Cantabria, a pesar de que en la Alta Edad Media había protagonizado episodios en la Gran Historia. Hacia 1840 se comenzó a hablar de la riqueza minera que encerraba Ándara. Hacer posible la explotación de esta riqueza minera no sólo rompió el aislamiento de Liébana; se trazó una singular red de cincuenta y cinco kilómetros de caminos que permitieran llevar el mineral al nivel del mar en Tina Mayor. Todo fue una maravillosa aventura, casi una epopeya. Buscando el menor desnivel posible, salvaron casi 2.000 metros de altura de Ándara, pasando por Bejes para luego descender hasta La Hermida y, desde allí, llevar el mineral, por el río Deva, en barcazas de fondo plano, hasta Tina Mayor; caminos que permitieran el paso de carretas de bueyes y caballerías, y que fueron pisados por cientos de mineros durante los meses que la nieve lo permitió.
En la 'Guía de Santander' que Remigio Salomón publicó en 1861, cuando aún estaba en construcción la primera carretera que comunicaría Potes, leemos: «Hoy los mineros, esos Titanes de la época, han abierto un cómodo camino que sube bastante arriba (...) Si desde Potes nos dirigimos a la costa se entra en una asperísima garganta por cuyo fondo corre el río Deva; garganta en la que muchas veces se pierde la luz del cielo, y otras presenta murallas de roca de una altura extraordinaria; ora se hallan arcadas naturales, ora esbeltos obeliscos como los de Luxor o la plaza de San Pedro de Roma; ora pirámides semejantes a los templos mejicanos, o a los túmulos tártaros de Crimea». Estos caminos fueron descritos, treinta años después, por el Conde de Saint-Saud, en su viaje de 1890: «No hay más que dos modos de viajar fuera de los caminos principales: o a caballo, o en carros de bueyes. Estos últimos suben con chirrido estridente de ejes resecos por los empinados caminos que a menudo son más estrechos que los citados ejes. Los carros son tan lentos que podrían ser adelantados por tortugas de la especie más perezosa, lo que no es obstáculo para que sus bamboleos produzcan mareo»
En 1863 se terminó la carretera. Contemplado, al paso lento de los coches de caballos, el espectáculo del desfiladero impresionó a los primeros viajeros. Dos testimonios importantes nos lo trasmiten. En agosto de 1876, Galdós, en 'Cuarenta leguas por Cantabria', describe el desfiladero: «Llaman a esto gargantas; debiera llamársele el esófago de la Hermida, porque al pasarlo se siente uno tragado por la tierra (...). Allí el pánico que precede a los grandes desplomes es permanente, y el viajero anda en perpetuo susto, viendo una cordillera suspendida sobre su cráneo». Ocho años después, los viajeros ingleses Ross y Stonehewer-Cooper, recogieron en el libro 'Highlands of Cantabria', obra de la que se hicieron varias ediciones en Europa, las características y posibilidades de Liébana. Su viaje es lento. Es el viaje de dos naturalistas que examinan y anotan: «Los cañones de Sierra Nevada o de Yosemite no tienen nada que compita con esto; a pesar de estar a cuatro días de Charing Cross, sin embargo, es un territorio desconocido (...). El escenario consiste en caliza, carretera y río; milla tras milla no se ve ni una casa, canta el río con tal dulzura, que el paseante que piense y que vea, hallará que el tiempo se le hace corto. La garganta se cierra de repente, de repente se vuelve a abrir. En algunos momentos parece como si no fuera posible escaparse ni volando; los muros de caliza lo rodean todo...».
Noticias en prensa, crónicas y libros de viajeros franceses e ingleses, y, sobre todo, las crónicas que se publicaron en Madrid sobre el viaje, de una semana, que en 1882 realizaron Alfonso XII y su hermana por los Picos de Europa, en una cacería del oso, contribuyeron a popularizar los Picos y a romper un aislamiento de siglos, y pusieron las primeras piedras de la importancia turística que Liébana disfruta actualmente en el panorama turístico español.
Hoy, como ayer, la travesía de los 21 kilómetros del Desfiladero de la Hermida, el más largo de España, sigue provocando sorpresas y emociones.
Los lebaniegos del siglo XIX trabajaron duro. Necesitaban ensanchar un poco el cauce que el Deva había ido perforando durante siglos para abrir el camino que les permitiera a ellos salir y a los de fuera entrar. Ya estamos todos juntos. Liébana es hoy para todos el Paraíso de 'Peridis': un lugar para disfrutar de naturaleza, de arte, de amistad, de gastronomía, de tranquilidad, de espiritualidad... De todo.
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