La desglobalización: ¿un fenómeno en alza?
ANÁLISIS ·
Mejora el bienestar de enormes masas poblacionalesSecciones
Servicios
Destacamos
ANÁLISIS ·
Mejora el bienestar de enormes masas poblacionalesDesde tiempo inmemorial, los países han comerciado entre sí con la finalidad de disponer de los bienes y servicios que no producen y de vender aquellos de los que, por diversas razones, producen más de lo que consumen. Para no retrotraernos demasiado en el tiempo, ... valga decir que, desde que finalizó la segunda guerra mundial y, más específicamente, a partir de la década de los setenta del siglo pasado, el volumen de intercambios comerciales y financieros entre países creció a ritmos muy notables, dando lugar a lo que, para simplificar, conocemos como «globalización».
Como tal, este fenómeno siempre ha contado con defensores y detractores pues, al igual que cualquier fenómeno económico, tiene aspectos positivos y negativos, no siendo fácil cuantificar el peso de unos y otros. En líneas generales, yo me posiciono a favor de la globalización, porque considero que cuando cumple con las reglas y los estándares internacionales contribuye a mejorar el bienestar de enormes masas poblacionales (el ejemplo más claro es el de China) y a reducir las disparidades de renta entre las grandes regiones mundiales. Aun así, también soy consciente de que la globalización ha contribuido a desplazar y reducir la capacidad de negociación de una buena parte de la población (de aquellos que no son capaces de seguir el paso a la misma y se quedan, cultural, social y económicamente rezagados) y, en ocasiones, a aumentar las disparidades dentro de cada país.
En conjunto, la globalización ha sido un fenómeno en alza hasta, aproximadamente, el estallido de la crisis financiera de 2008. Desde entonces, las cosas se han movido en la dirección contraria, aunque es ahora, con la llegada del covid-19, la presencia creciente de cuellos de botella en el tráfico (marítimo, sobre todo) internacional, y el aumento desmesurado de riesgos geopolíticos (con la guerra de Ucrania a la cabeza), cuando las fuerzas desglobalizadoras parece que están cogiendo más fuerza que nunca; hasta el punto de que, al menos en relación con determinados productos, se está volviendo a lo que se conoce como «reshoring» (que los procesos de producción vuelvan al país original de la compañía) o «friendshoring» (que estos procesos productivos se realicen exclusivamente en países amigos). Pues bien, aunque este tipo de reacciones puedan estar en parte justificadas, y la búsqueda de nuevas fuentes de suministro alternativas al gas ruso que llega a la UE es una de las más evidentes, lo lógico, tal y como sostienen muchos expertos, sería que, amén de desarrollar políticas tendentes a aumentar la capacidad productiva de bienes estratégicos (de nuevo el gas, el petróleo o los cereales), el respeto a las reglas comerciales internacionales continuara siendo el pilar central de la globalización. Y esto tendría que ser así, aun cuando la nueva globalización fuera a partir de ahora más comedida que en el pasado reciente pues, como subrayaba no hace mucho Stiglitz, ahora «todos reconocen que al menos algunas fronteras nacionales son clave para el desarrollo económico y la seguridad».
Lo que se necesita a mi juicio son, sobre todo, dos cosas. Por un lado, que la globalización sea más respetuosa con los derechos de los individuos y que, en lugar de erosionarlos, los fortalezca; el cumplimiento de las normas comerciales internacionales antes mencionado y el respeto a la carta de derechos humanos de la ONU harían que la globalización se viera como un fenómeno más positivo que negativo. Por otro lado, hay que reconocer que, aunque el encerrarse uno en sí mismo (la autarquía) nunca ha sido una alternativa de futuro (porque termina empobreciendo a todos), la globalización, tal y como la conocemos hasta ahora, tiene poco sentido en los denominados ámbitos estratégicos. Depender en ellos de socios comerciales y/o financieros poco fiables (y de nuevo el caso de la dependencia europea de combustibles fósiles rusos nos viene a la mente) es poner nuestro bienestar y nuestra seguridad en manos ajenas, lo que, a todas luces, resulta poco aconsejable.
En definitiva, tal y como he sostenido en otras ocasiones, creo que, en conjunto, la globalización es positiva para el mundo, pero también creo que tiene que reformularse en función de las dos premisas mencionadas; sólo así se incrementará notablemente el número de sus beneficiarios (tanto en lo que se refiere a países como a individuos dentro de cada país) y, sólo así, sus potenciales riesgos se verán minimizados. En definitiva, que nii la desglobalización ni la globalización tradicional son alternativas válidas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.