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Cuentan que Hitler pedía de manera complusiva que le proyectasen una y otra vez la película de 'El Gran Dictador' de Chaplin. La película nació en pleno auge del nazismo. Lo que no ha transcendido es si la megalomanía del dictador parodiado era tan grande ... que la veía simplemente como miraría sus estatuas o sus apariciones en aquellos noticiarios que tan brillantemente filmaba Leni Riefenstahl; si se sentía halagado viéndose interpretado por una de las estrellas más enormes de la historia del cine o si, realmente, le hacía gracia esa parodia y se reía sardónico viendo aquel baile con la bola del mundo pensando: «Ya lo haré cuando, de verdad, la profecía se haga realidad y pueda darle al mundo con el cachete del culo». A mí me gusta esa teoría en la que Hitler ser reía de sí mismo y de su parodia viendo la película, porque siempre he pensado que, una de las características del verdadero poder, es ser criticado y que la crítica te resbale y uno de los paradigmas del poder absoluto es que, más allá de resbalarte, te resulte graciosa. ¿Recuerdan aquella escena de 'La lista de Schindler' en la que el poderoso general nazi era convencido de que el verdadero poder era no matar a quien, en pura ley, podías matar? Pues aún me parece superior quien celebra su parodia.
Digo esto porque, por cosas de la vida, tengo muchos amigos cómicos. Parece mentira que un tipo al que no paran de repetirle que está negado para la risa como yo, se haya acabado rodeando de este tipo de personas o, pensando en compensaciones de carencias, lo mismo no. Y me hablan estos cómicos de cómo en los programas de televisión, las series, y productos audiovisuales en general, se está sometiendo a productos que nacieron como comedia a un drenaje de humor para transformarlos en productos serios. Reputados guionistas de humor me cuentan cómo acuden con sus trabajos a despachos de productores que les explican que el humor se ha convertido en algo incómodo, algo que da problemas. La gente ahora, parece ser, puede tolerar una historia que le atañe negativamente siempre y cuando no perciba ironía en el tratamiento. Así que, mejor quitamos los chistes, los que puedan ofender.
Hemos acobardado a los que hacen humor y, parece ser, a los que pagaban para que se hiciera humor, y ahí vamos directos a un mundo en el que nadie se sienta ofendido. Pueden pensar que exagero, que me quedo corto, pero mientras escribo esto, fíjense dónde hemos llegado con la paranoia, no dejo de pensar que, algunos, pueden criticar este artículo afirmando que elogio a Hitler y otros que me río de los héroes defensores de la libertad. Llámenme desgraciado.
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