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El Monitor Fiscal que el FMI publicó en octubre de 2017 afirma, y estoy plenamente de acuerdo con ello, que «mientras que un poco de ... desigualdad es inevitable en una economía de mercado, como consecuencia de las diferencias de talento, esfuerzo y suerte, una desigualdad excesiva puede erosionar la cohesión social, conducir a la polarización política y, en última instancia, reducir el crecimiento económico». Combatir la desigualdad y su negativo impacto político, social y económico no es, sin embargo, nada sencillo, pues, como es bien sabido, la misma presenta múltiples facetas y se puede cuantificar a través de diversos indicadores que, por desgracia, no siempre ofrecen un mismo diagnóstico.
En relación con las disparidades económicas territoriales, las tres últimas décadas nos muestran dos resultados opuestos, que no contradictorios. El primero, es que las mismas han disminuido a escala global gracias a que una buena parte de lo que tradicionalmente era considerado como Tercer Mundo ha alcanzado niveles de desarrollo y prosperidad que le aproximan, aunque la brecha todavía sea muy grande, a los niveles del Primer Mundo. La segunda es que, entre los países desarrollados, la tendencia ha sido hacia un cierto aumento de las disparidades espaciales o, en el mejor de los casos, hacia su estabilización.
¿Qué podemos decir, al respecto, sobre nuestro país? Pues, en el caso de España, tal y como se pone de manifiesto en un trabajo del Profesor A. Maza y mío, recientemente publicado por la Fundación Alternativas en su '4ª Informe sobre la desigualdad en España', los principales resultados, correspondientes al periodo 2000-2018, son los siguientes:
1. En los primeros años del nuevo siglo y hasta el estallido de la crisis económico-financiera de 2008, se produjo un cierto proceso de reducción de desigualdades (técnicamente se produjo lo que se conoce como convergencia beta); esto es, las regiones inicialmente más pobres crecieron a una tasa más elevada que las inicialmente más ricas. Durante la crisis, sin embargo, este proceso de convergencia cesó, originándose, en todo caso, un leve proceso de divergencia. En la fase de recuperación la convergencia ha vuelto a aparecer, si bien a una velocidad sensiblemente menor que en la fase de auge.
2. En lo que atañe a la evolución específica de cada región, lo más destacado probablemente sea la reducción de las diferencias con respecto a la media nacional experimentada por regiones ricas (Baleares y La Rioja) y pobres (Extremadura y Asturias), y el incremento de las mismas en regiones ricas (País Vasco y Madrid) y en regiones pobres (Canarias y Comunidad Valenciana.) Cantabria se ha mantenido en todo momento en una situación intermedia baja, sin ningún avance ni retroceso significativos.
3. El estudio de los determinantes de la convergencia muestra que, cuando la misma se produce, se debe (casi) con exclusividad a la evolución de la ratio empleo-población, jugando la productividad un papel (casi) residual. Por otro lado, teniendo en cuenta que una buena parte del crecimiento del empleo se ha producido en sectores muy cíclicos (hostelería y construcción), esta conclusión sugiere que los avances en la convergencia son bastante frágiles.
4. No obstante, detrás del reducido rol desempeñado por la productividad se esconde un proceso de convergencia en la ratio PIB-capital que se ha visto compensado por un proceso de divergencia regional en el nivel del stock de capital por empleado.
5. Por último, el análisis en detalle de la convergencia en la ratio empleo-población evidencia que, antes de la crisis, la misma se debió principalmente a la reducción de disparidades en las tasas de actividad, mientras que en la etapa de recuperación fue la ratio empleo-activos la que, por sí sola, provocó la caída en las disparidades regionales. Esto último pone de manifiesto que, en la recuperación, el hecho de que las regiones pobres hayan anotado mayores incrementos en la ratio empleo/activos que las regiones ricas ha sido la raíz del incipiente, hasta la irrupción de la pandemia, proceso de convergencia regional.
Sea como fuere, el análisis realizado en el estudio arriba mencionado muestra que la existencia de disparidades regionales en España sigue siendo un problema importante que, en lo que va de siglo, no ha experimentado, en su conjunto, mejora alguna y que, como consecuencia de la crisis del covid-19, es más que probable que siga sin mejorar e incluso que empeore. Es por ello, precisamente, que la lucha contra estas disparidades debe seguir siendo una prioridad de la política económica de nuestro país.
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Ana del Castillo
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