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En el lugar de Arce, en pleno corazón del valle de Piélagos y abrigada por la mies que se deja bañar por el Pas, asoma erguida la antigua torre medieval de los Ceballos, luego de Santiyán y hoy conocida como la Torre de Velo. ... Muy cerca de ella, se levantaba una magnífica casa blasonada de comienzos del siglo XVII que ha sufrido un consentido proceso de abandono, deterioro y ruina por parte de sus propietarios y de las autoridades a las que compete la custodia y conservación de nuestro Patrimonio Cultual.
La casa de Varillas, que ha resistido las embestidas del tiempo y la desidia, ha sido incomprensiblemente derruida hace tan solo unos días. El solar en el que se edificó en los inicios del Seiscientos, ahora declarado de uso urbano, ha sido arrasado de cualquier vestigio de memoria o huella de su noble pasado. Una destrucción realizada sin seguimiento técnico, sin registro documental, científico y arqueológico que permitiera su posible reconstrucción.
Sin duda merecedora de ocupar un lugar preferente en el catálogo monumental del municipio, esta casa originaria de los Tornera Herrera ha pasado a engrosar la ya demasiado larga lista de víctimas de la piqueta y de la especulación urbanística, pese a los vanos intentos de adquisición por parte de particulares interesados en salvarla del desastre.
Abandonada como vivienda desde hace décadas, esta casa noble edificada en piedra de sillería lucía en su hastial el blasón de armas de sus fundadores, los Tornera Villegas, y sobre el dintel de su acceso principal, dos sirenas talladas en la piedra sostenían otra bella pieza heráldica con las armas de Herrera y alianzas. Desconocemos el actual destino de estos escudos, protegidos por ley.
Un tejado a dos aguas de pronunciada pendiente cubría su alzado en dos plantas y desván, añadiéndose hacia finales del siglo un cuerpo de casa más bajo que obligaría a reformar su fachada principal. Un zagüan de vigas de madera y bellas zapatas molduradas la sostuvo durante siglos, sin dejar que cayera, manteniendo vivo su relato.
En esta casa solariega nace en 1670 don Francisco de la Tornera Villegas y Herrera, Caballero de la Orden de Calatrava y Secretario del rey. Era hijo de don Juan de la Tornera Villegas, alcalde que fue del lugar de Arce, además de procurador y regidor general del valle. Su madre, Bernarda de Herrera y del Campo, descendía de los Herrera del valle de Villaescusa y de los del Real Valle de Camargo, al que se llega por el camino que serpentea entre las antiguas edificaciones de este histórico barrio de Velo y atraviesa los límites del municipio.
Quienes hemos sido impotentes testigos de su letargo y destrucción clamamos a la conciencia de quien teniendo el deber y el compromiso público de salvaguardar lo que nos ha sido legado y estamos obligados a conservar para los que nos sucedan, han pasado de largo sin evitar tan lamentable pérdida. No debería existir impunidad ante un posible delito contra el patrimonio como este y, desde luego, no puede ni debe repetirse.
Nos definen nuestros hechos y nuestras elecciones. Al mismo ritmo que avanzamos como sociedad enarbolando una ley de Memoria histórica, legitimando el respeto a la identidad cultural y su pluralidad o alimentando la memoria colectiva de nuestros pueblos, retrocedemos irremediablemente al asistir impasibles a la lapidación pública y consentida de buena parte de nuestro patrimonio histórico-artístico.
En Cantabria todos somos conscientes del valor de nuestro arte rupestre, pero no parece que tengamos conciencia de la riqueza que supone nuestro patrimonio medieval o la singularidad y calidad artística de nuestra arquitectura montañesa de los siglos XVI, XVII y XVIII, resultado de nuestras formas de vida, usos y costumbres, testimonio y legado del buen hacer de nuestros maestros canteros y artífices de la madera de tiempos pasados, cuyo arte era demandado por su calidad en todo el territorio español, un reconocimiento sin duda muy alejado del que se les está concediendo en su propia tierra.
Nuestras torres medievales, casas, casonas y palacios, nuestros molinos, ferrerías y puentes, conventos, iglesias, ermitas y humilladeros, escuelas...y tantos otros elementos que conforman el paisaje de nuestra memoria, definen la configuración de nuestros pueblos a lo largo del tiempo y se constituyen en señas de identidad insustituibles de lo que fuimos y, por tanto, de cuanto somos.
Es un legado que debiera sobrevivirnos de generación en generación. Conservarlo y protegerlo no es solo una obligación, es, ante todo, un compromiso social continuamente ignorado.
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