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Despacio

Con sol dentro ·

Domingo, 18 de diciembre 2022, 08:09

Las cosas, muchas veces, solo pueden llegar despacio, si es que llegan. Despacio, demasiado despacio, se da uno cuenta de todo lo ignorante que es ... y aprende así a callar (a callar algo, al menos). Hace falta como mínimo media vida para descubrir que no se sabe apenas nada. Despacio llega el poco conocimiento que una persona puede llegar a tener y que es siempre insuficiente para comprender las cosas esenciales de la vida. Despacio, caen la vanidad y la arrogancia, que nublan la visión. Despacio llegan las verdaderas preguntas, que nunca se pueden contestar. Despacio, la alegría que habla con la muerte. Más despacio aún, la claridad de pensamiento, eso que se llama lucidez, y que aparece si estamos atentos en los lugares en penumbra. Despacio, por supuesto, llega el amor. No la floritura efímera y romántica de los enamorados, que se manifiesta a toda prisa y nada tiene que ver con la acción de amar. Porque amar, más que un estallido, es una sólida corriente subterránea, un entramado de raíces que lo sostienen todo, un cimiento capaz de soportar el peso de la vida. Despacio se construye un vínculo y despacio se llega a entender que solo los vínculos reales, significativos, tan escasos, nos salvan un poco de la soledad. Muy despacio, a veces ya cuando todo está cerca de terminar, se intuye el sentido de existir y lo que importa. Sin sentido, sin significado, todo es distracción y vacío y angustia de la que se huye frenéticamente, como huyen los pollos a los que les han cortado la cabeza. La vida, ese frágil latido que milagrosamente existe entre el antes y el después, es un misterio incomprensible, que nos desborda con su magnitud inabarcable. Por eso, aterrorizados ante todo lo que desconocemos, construimos nuestros pequeños reinos, tan tiernos de pequeños que son. Minúsculas burbujas donde tenemos la ilusión de comprender y controlar, donde nos atrevemos, por ejemplo, a escribir artículos que nadie necesita. Pero son solo eso, burbujas delicadísimas que siempre se acaban rompiendo y que nos dejan, así, en la intemperie, que es el lugar donde, despacio, transcurre la vida.

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