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En el año 1981, cuando la foto que acompaña a este artículo fue tomada, la marca Coca-Cola apenas llevaba tres años distribuyendo su bebida en China. 20 años después se admite a China en la Organización Mundial del Comercio, los requisitos de acceso sólo ... fueron de tipo económico y financiero. No se le marcaron exigencias políticas de ninguna clase. Se creyó (ingenuamente) que, como ya había sucedido en la Alemania y el Japón derrotados en la guerra, la mayor interdependencia comercial con Occidente y un régimen frecuente de intercambios económicos y personales, acabaría deviniendo –inevitablemente– en cambios políticos en China. El comercio traería desarrollo económico; este traería clase media; a su vez, la clase media exigiría apertura y, esta, reformas políticas y democratización. Nada se le podía resistir al capitalismo y a la CocaCola que, embajadores de Occidente, acabarían por transformar el país. Error de cálculo.
Hoy se consumen en China más de 15.000 millones de litros de CocaCola al año y su mercado es el quinto de la compañía de Atlanta a nivel mundial. Sin embargo, a lo largo de esta misma década, y por vez primera desde la creación de organismos internacionales modernos, la mayor potencia económica en nuestro mundo va a ser un país en vías de desarrollo, no occidental, con un sistema de gobierno autoritario, de partido-Estado y comunista. Todo un reseteo de nuestros esquemas mentales. China nunca había sido tan poderosa como lo es ahora y, pese a décadas de globalización (y cientos de miles de millones de litros de bebida azucarada y carbonatada después), China se revela hoy como un país asertivo y seguro de sí mismo, con una hoja de ruta propia (de marcadísimas características chinas) y un plan para ejecutarla. Su independencia estratégica y una voz propia en sus relaciones internacionales no sólo no se han devaluado –pese a los más de 4.000 Mcdonalds y 6.000 Starbucks que ya operan en su territorio– sino que se han fortalecido todavía más. No, la globalización y la 'cocacolarización' de China no han servido para occidentalizarla.
Décadas antes del triunfo comunista de 1949, que condujo al poder a Mao Zhedong, surgió un revolucionario movimiento intelectual que esgrimía un sueño modernizador en el que se asociaba el progreso de China con la imprescindible demolición de su andamiaje tradicional (al que se culpaba de la ruina y el atraso del país) y que abrazaba el modelo occidental como la salida que necesitaba el país para dejar atrás el feudalismo y la miseria. Pero hoy los sueños son otros. Por eso, ya no podemos limitarnos a los clichés facilones, a la caricatura manoseada ni a las etiquetas simplistas. No podemos contentarnos, sin más, con repetir que el país es un régimen totalitario o que todos los chinos escupen, sin ser capaces de ubicar a Chengdu en el mapa.
En su ceremonia de investidura como presidente de la RPC en 2012, XiJinPing hizo toda una declaración de intenciones diciendo: «China necesita aprender más sobre el mundo; el mundo necesita aprender más sobre China». China está poniéndose en forma y entrenando duro para competir con Occidente. Cuenta, además, con la fuerza del superviviente y no hay nadie más valiente que alguien capaz de cualquier cosa a sabiendas de que ya ha pasado por lo peor. Un superviviente como el ornitorrinco. Un ejemplo de adaptación insólita. Como China.
El ornitorrinco es uno de los animales más extraños y especiales que existen. Se llama así porque la raíz latina del nombre denomina a un animal con hocico de ave. Pero el nombre científico completo es 'Ornythorhynchus Paradoxus'. Una paradoja viviente: un animal que pone huevos, con pico de pato, cola de castor, patas palmeadas, garras, venenoso y que, a pesar de ser ovíparo (pone huevos), amamanta a sus crías. Si proyectamos este símil a los estados de evolución de los grupos humanos –las civilizaciones–, encontramos que China es también inclasificable. Una paradoja equivalente. Un ornitorrinco civilizatorio. 5.000 años tras su 'llegada' al mundo (y multitud de visicitudes después), la paradoja chinesca sigue viva, goza de buena salud y asalta a diario las páginas de los periódicos: China es, a la par, un temido rival que amenaza nuestras economías, representa también un deseado socio al que todos cortejan, compone un peligro para el orden mundial occidental y, simultáneamente, resulta la mayor oportunidad de mercado a nuestra disposición. La realidad chinesca abruma, confunde, inquieta y aturde. En un mismo mes, los medios nos presentan a China como riesgo por su inminente colapso y como peligro por sus intenciones de dominio mundial. En algún lugar, a medio camino entre esas visiones polarizadas, habita la verdadera China. Esa decidida a cumplir su 'gran sueño' de rejuvenecimiento nacional. Pero los chinos no tienen sueños, los chinos tienen planes.
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