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Todo el mundo parece coincidir sobre los cambios profundos que provocará la pandemia del coronavirus en nuestra sociedad. El propio presidente sugiere la necesidad de unos nuevos 'Pactos de la Moncloa' donde dibujar de forma consensuada un nuevo escenario para el país. Yo no estoy ... tan convencido. No me cabe ninguna duda de que los partidarios de la gestión pública (no necesariamente de lo público) van a salir reforzados de esta crisis, frente a los que defendemos posiciones de corte más liberal. Y no me parece mal que así piensen, están en su derecho. Pero si algo ha quedado claro es que ante grandes retos por encima de los individuos está la sociedad. Nos creíamos por encima del bien y del mal y llegado un virus para ponernos en evidencia y mostrarnos que somos mucho más vulnerables de lo que pensábamos y que no dependemos tanto de las instituciones sino del comportamiento de grupo para controlar una epidemia. En estas circunstancias una mayoría de ciudadanos considera necesario que el Estado, como forma de organización social, canalice la indudable fortaleza que representa la sociedad civil. Pero más allá de radicalismos ideológicos tienen también muy claras otras cuestiones.
En primer lugar, ya no les gusta tanto el estado que tenemos y exigen que las administraciones superen su tradicional burocracia. Muchas han sido las críticas a la respuesta que están dando las administraciones a la pandemia, como la gestión de los materiales de protección o la incorporación de las tecnologías de la información para el control de la epidemia. La opinión generalizada es que no se ha hecho todo el esfuerzo necesario para agilizar la toma de decisiones y que los resultados son manifiestamente mejorables. Los responsables políticos aducen lo dificultoso que resulta agilizar los procesos. Ahora bien, cualquiera que conozca la administración es consciente que las dificultades inherentes a la dinámica del procedimiento administrativo requieren de un esfuerzo especial por parte de los responsables para poder superar las barreras burocráticas. Y eso es lo que no se aprecia.
Nos encontramos ante uno más de los retos globales que superan la capacidad de acción de los países para afrontarlos de forma solitaria y aislada. Europa en efecto, a pesar de las críticas, es percibida como más necesaria que nunca y por ello al ciudadano le surgen las dudas acerca de la necesidad de un Estado nación o bien de instancias supranacionales. El mundo después del covid planteará sin duda nuevos equilibrios geopolíticos, pero si parece claro que los nacionalismos quedan en entredicho para ofrecer la respuesta que el mundo necesita.
Una gran mayoría de ciudadanos entiende que el estado necesita, más que crecer, fortalecerse mediante la cooperación, precisamente de esa cooperación de la que estamos viendo ejemplos extraordinarios a través de infinidad de iniciativas colectivas. Pocos dudan de que los estados, tal y como están concebidos en el mundo occidental, no tienen herramientas para vehiculizar esta cooperación con la sociedad civil. Las barreras, principalmente de tipo ideológico, entre lo público y lo privado, echan a perder gran parte de la energía y las iniciativas de la sociedad. Por ello los ciudadanos toleran cada vez menos que las administraciones sigan siendo lentas y que no incorporen innovación y han dejado la resignación a un lado y abandonado el concepto de que la administración no tiene solución. Mucho menos aceptarán la construcción de un nuevo Estado imperial que obvie, tras la experiencia de esta crisis, que en muchos campos la colaboración público-privada es inevitable en el mundo al que vamos.
Los ciudadanos son muy conscientes de la encomiable labor que realizan los profesionales que prestan sus servicios en los centros sanitarios. Pero también de que cada día que pasa de congestión de los centros sanitarios dejará cicatrices. Por tanto, no queda otra opción al Gobierno y a las administraciones autonómicas que buscar un equilibrio muy complejo entre la inevitable contención del gasto publico corriente y apuntalar la recuperación con inversiones siguiendo el ejemplo de una sociedad que, en la medida de sus posibilidades y no sin sacrificio, se ha lanzado a dotar al sistema sanitario de aquello que el estado ha sido incapaz o lo ha hecho tarde. Nada mejor para superar las dificultades que acudir a la capacidad de sacrificio y compromiso de todas las personas que hacen posible que los servicios sanitarios sigan funcionando en las condiciones que lo han hecho y están haciendo. Pero de ninguna manera la vuelta a la normalidad de nuestro sistema sanitario puede hacerse a costa de los profesionales. Otra vez no.
Los ciudadanos exigirán también a ese nuevo Estado actuar en el sistema productivo e incluso avanzar en el modelo social. Tras esta crisis van a exigir un Estado moderno que funcione, que no pretenda canibalizar a la sociedad sino que esté abierto a la colaboración con la sociedad civil, evolucionando hacia modelos en red que permitan dar respuestas ágiles y eficaces a los retos que tenemos que afrontar. Como ha hecho esta sociedad que ha demostrado estar dispuesta a sacrificios pero también a reconvertirse y transformarse. Existe un clamor de que se necesitan administraciones flexibles que superen esta burocracia de concepción decimonónica y respondan a los problemas del siglo XXI con herramientas del siglo XXI, no con las del pasado siglo. Y eso pasa por una transformación disruptiva que me temo muchos no están dispuestos a aceptar.
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