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Hay que tener toda la comprensión, pero sobre todo las ayudas necesarias para quienes buscan el acceso a una vivienda. No puede ser que la especulación, empezando por la del propio suelo, sea un medio o herramienta de enriquecimiento de unos pocos explotando los recursos ... de todos.
Se debe tener cuidado con los que están cercanos al poder, entre las faldas de las administraciones públicas. Con sus contactos y amistades, ese 'lobby' logra que les den prebendas, no pocas veces compartidas; la corrupción corre por las venas y los despachos, sin que los demás se den cuenta de la enfermedad, hasta que la misma se manifiesta en el exterior.
Aparecen los primeros síntomas, con un nivel de vida que no se corresponde a las retribuciones o salarios de algunos. Normalmente se detectan cuando en una revisión rutinaria alguien se da cuenta de que le han metido la mano al cajón. En muchos casos ni eso, hasta que aparece la venganza... alguien se lo ha llevado crudo y no ha repartido como estaba acordado, entre ladrones y gente de poco fiar, qué se puede esperar.
Mientras esto sucede, una pareja busca piso en los arrabales y barrios marginales de la gran ciudad o de un pequeño pueblo, para empezar a compartir una vida. Siempre hay excepciones, unos pocos tienen el dinero por castigo o tienen un trabajo bien pagado y considerado, cada vez menos. Lo normal es cobrar el SMI, o te pagan menos y en negro, que hay mucho desalmado aprovechándose de la necesidad ajena.
El precio de la vivienda y el alquiler de la misma está en cifras que frustran la mayoría de las posibilidades de un proyecto de futuro. Respecto a ese derecho a una vivienda digna, sí que se está incumpliendo la Constitución, la que tanto nombran para usarla a conveniencia y según el artículo que les favorezca.
Hay partidos que llevan tantos años legislando para mejorar este acceso, que deberíamos tener una autopista y no un camino tortuoso, lleno de trampas, que te atrapa casi de por vida en una hipoteca y, cuando la inflación sube, te aprieta el cuello y la cartera hasta dejarte sin aliento, ni recursos.
Pocas veces los jóvenes han tenido tantos motivos para la protesta, para gritar la explotación a la que son sometidos; el engaño de esta sociedad que les hace creer que viven en el metaverso de las redes sociales, donde la apariencia y la estética son los nuevos dioses a los que adorar, con cada me gusta, con cada 'like'.
Es cierto que no todo el monte es orégano, ni todos somos las princesas del guisante. Hay quienes confunden la realidad con un juego de rol y están dispuestos a tomar por la fuerza lo que no les corresponde. Son pocos, una minoría, pero son ese elefante que destroza el cristal de muchas vidas. Para rematar, algunos con complejos los justifican.
¡Qué daño ocasionan aquellos que no respetan ninguna norma de convivencia!, quienes piensan que todo se puede tomar por la fuerza y eso lo hacen normalmente con otros que están en situaciones similares, que no pueden tener protección privada, que tantas veces se han partido la espalda para tener una casita o es el fruto de lo que han trabajado los abuelos durante una vida para soñar con un final de sus días juntos a la puerta de su casa, en esa mecedora mirando las estrellas, para darse cuenta de lo insignificante que somos y que si desaparecemos poco va a cambiar en el mundo. Quizás en nuestro pequeño círculo quedará por un tiempo la flor de otoño, de un recuerdo allá en algún camposanto.
Okupas, no ya de la vivienda, okupas de tantas sensaciones que se producen en ese entorno, que destrozan muchas veces porque sus vidas pueden estar dominadas por sustancias que hacen ver una realidad paralela y cuando el futuro no les dibuja una sonrisa quieren cambiarlo como quien puede viajar en el tiempo engañándose y llenando de terror a los que están cerca.
Hay zonas donde este miedo lo están viviendo día tras día, que no pueden comprender que les estén haciendo tanto daño, con pánico a que sus hijos salgan a calle, por donde bajan los coches de alta gama a toda velocidad, donde la vida sea la suya o la de los demás se pone en peligro por unos gramos, donde ir a las compras y pensar que al volver les han podido robar y, si les roban la policía le contará: «Han tenido uds. mucha suerte, no se han quedado a vivir en su casa». Lo he visto con mis propios ojos. Aquí, en nuestra tierra, las fuerzas y cuerpos de seguridad conocen perfectamente estos lugares, ¿cómo puede ser que estemos tan desprotegidos?, tanto por las autoridades como por nuestra propia legislación. ¿Cómo se puede justificar diciendo que son unos casos aislados? ¡Cuánto daño hacen estas afirmaciones!
Nunca se debe confundir un desahucio a una anciana, el de aquellos a los que la vida les ha dado golpes a dos manos, con mafias y bandas que hacen del delito y la fragilidad de nuestra legislación una oportunidad de negocio y de explotación.
Una sociedad que no sabe distinguir entre quién comete el delito y quién es la víctima del mismo, está cometiendo una gran injusticia; destrozando la vida de unos y no tratando los graves problemas de esta enfermedad social.
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