Deuda pública: ¿la resaca después de la borrachera?
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De momento hay razones más que suficientes para mantener la calma en torno a todo lo relativo a su nivel y evoluciónAunque muchos neoliberales nieguen el pan y la sal a la acción de los gobiernos en su intento por estabilizar la economía y lograr crecimientos ... saneados de la misma, lo cierto es que incluso Adam Smith, el profeta mayor del liberalismo, era consciente de que el monarca (los gobiernos) tienen que jugar un papel fundamental en este cometido. Aunque no sucedió así en la crisis de 2008, hay que reconocer que sí está sucediendo ahora con muchos gobiernos; con otras palabras, su intervención durante la pandemia se ha incrementado de forma notable, lo que ha dado lugar a un crecimiento muy pronunciado de la deuda pública.
Naturalmente, este aumento de la deuda ha empezado a ser motivo de preocupación no sólo entre los halcones del tema sino, también, entre algunos (¿bastantes?) de los que profesan lo que podemos considerar como la nueva ortodoxia fiscal. Reconociendo que este crecimiento no puede continuar de forma indefinida, y reconociendo que hay que empezar a pensar en cómo estabilizar la deuda para cuando la recuperación esté totalmente asentada, no creo, sin embargo, que, hoy por hoy, el asunto deba ser objeto de gran preocupación. Y no lo creo, sobre todo, por tres razones.
La primera y principal es que la citada recuperación aún no es plena y, además, se encuentra amenazada por grandes dosis de incertidumbre, asociadas, sobre todo, al propio devenir de la pandemia. De momento no queda otra que seguir apoyando el funcionamiento de muchas actividades (sobre todo en el sector terciario), lo que conlleva un enorme gasto público, tanto corriente como en inversión.
La segunda razón es que, aunque se tiende a poner el acento en la evolución de la ratio «deuda pública/PIB», y es bueno que se haga, pues ha crecido mucho en los últimos tiempos (en la UE se situó a finales de 2020 en torno al 120%), lo cierto es que el techo del 60% fijado en Maastricht es totalmente arbitrario y constriñe en exceso la acción de los gobiernos. De ahí que la norma se haya dejado en suspenso, al menos temporalmente, con motivo de la pandemia.
En todo caso, y asumiendo que no sabemos si hay algún limite objetivo al nivel de la ratio mencionada (creemos que sí, pero que es variable y dependiente de un cúmulo muy amplio de circunstancias), nos parece que lo verdaderamente importante, sobre todo a corto y medio plazo (y en una situación de tranquilidad de los mercados financieros), es la ratio del servicio de la deuda. Por fortuna, esta, gracias a los bajos tipos de interés que existen en la actualidad (y que se prevé se mantengan durante un cierto tiempo) y al alargamiento de los periodos de vencimiento, se encuentra en niveles muy aceptables, no es para nada preocupante.
Un tercer argumento a favor de que la sostenibilidad de la deuda pública en la situación actual no es preocupante proviene, precisamente, de la puesta en marcha de los fondos NGEU, pues, de ser utilizados como se ha previsto, aumentarán la capacidad de inversión de los estados miembros y, por lo tanto, su PIB. De esta forma, al elevar el denominador de las ratios 'deuda/PIB' y 'servicio de la de deuda/PIB', los niveles de ambas se volverán, automáticamente, más manejables y menos inquietantes.
Adicionalmente a las tres razones mencionadas, no es posible olvidar el positivo papel que, a través de sus programas de compras de activos -especialmente vía el programa conocido como PEEP (Pandemic Emergency Purchase Programme)-, está jugando el BCE al respecto. El resultado es que una parte muy sustancial de la deuda pública está en manos de este organismo, con la tranquilidad que ello transmite.
Dicho esto, hay que reconocer que hay algunos factores, tales como la desigual capacidad fiscal de los distintos países, el reducido nivel de comunitarización de la deuda en la UE, o la persistentemente baja tasa de inflación, que, de mantenerse en el futuro, pueden complicar los esfuerzos para reequilibrar las cuentas públicas.
Sea como fuere, y puesto que los déficit fiscales y la deuda pública son considerados en la actualidad como una parte muy importante del arsenal de instrumentos disponibles para luchar contra una recesión, y pueden ser fundamentales para apoyar la inversión privada, nos parece que las razones arriba aducidas son más que suficientes como para, de momento, mantener la calma en todo lo relativo al nivel y evolución de la deuda.
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Ana del Castillo
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