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La Diada de este 11 de septiembre, la llamada a coronar la efeméride de diez años de reivindicación de la independencia de Cataluña frente al Estado constitucional y el desafío rupturista concretado en los insólitos episodios de hace un lustro, ha escenificado un punto ... de inflexión que interpela a las fuerzas secesionistas y a la propia continuidad del Gobierno liderado por la Esquerra de Pere Aragonès y Oriol Junqueras. La manifestación anual patrocinada por las influyentes plataformas sociales del separatismo, con la radicalizada Asamblea Nacional Catalana a la cabeza, registró ayer una asistencia que bascula entre las 150.000 personas contabilizada por la Guardia Urbana de Barcelona y las 700.000 que los organizadores dijeron haber congregado. Las cifras se alejan de las grandes exhibiciones de fuerza de los independentistas en los años más retadores del 'procés', lo que evidencia el paulatino aletargamiento de las aspiraciones de desconexión con España que constatan las encuestas. Pero esas mismas cifras devuelven aire a los convocantes tras los estragos de la pandemia y permiten a la ANC sostenerle el pulso a un Aragonès que había reaccionado con su ausencia a la posibilidad de que la marcha -como así fue- terminara convirtiéndose en una impugnación de su mayor pragmatismo en las relaciones con el Gobierno de Pedro Sánchez, al que ERC sostiene en el Congreso. Ese «independencia o elecciones» por el que la presidenta de la ANC, Dolors Feliu, conminó al jefe del Govern a decantarse cristaliza la implosión en el mundo que encaminó el 'procés' hasta el abismo. Una implosión que abre interrogantes de peso sobre el futuro que le aguarda a una Generalitat cuyos socios -ERC y Junts- apenas están unidos ya por el colágeno de la causa común.
Lo ocurrido en torno a esta Diada, con una agresión intolerable a una reportera gráfica, confirma dos déficits de legitimidad que los independentistas habían preferido orillar: el germen divisorio, con los ajenos pero también entre los propios, que introduce el cara o cruz rupturista en la sociedad catalana; y el contraproducente amarre de la dirección institucional de Cataluña a las emociones de la calle. Aragonès y Junqueras sufren en estas horas las consecuencias de esa doble dinámica que ha exarcebado el extremismo. Pero ERC no puede exonerarse de su propia y capital responsabilidad en que el 'procés' ahora atenuado llegara hasta el precipio al que llegó con sus negativos efectos sobre el presente.
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