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Fruslerías

Diego Ruiz

Santander

Viernes, 20 de diciembre 2024, 07:10

Cuando se deja a la espalda la rutina diaria del trabajo, o sea cuando llega la jubilación, la vida y la calle se ven de forma diferente. Desde hace tiempo, pero sin profundizar en ello, convivo con gente de diferentes sexos que se ha gastado ... un dineral en tatuarse alguna parte su cuerpo. Hace varios lustros, los 'tatus' eran de uso exclusivo de presidiarios, legionarios y algún que otro cantaor agitanado. Hoy, es seña de identidad de gente guapa, famosos y blogueros. ¿Hay algún futbolista en este país que no lleve decorado su cuerpo desde el cuello a los tobillos. Bien es cierto que los tatuajes del siglo pasado hacían referencia principalmente a las madres y la muerte, amén de aquellos puntos en las manos que algo tenían que ver con las celdas carcelarias. Hoy, se tatúan auténticas obras de arte. Perros fallecidos, retratos familiares, águilas imperiales, toros bravos, mascotas… además de fechas, nombres de amantes, frases bonitas. Todo este rollo viene de algo que se ve: paseando y que a uno le llama la atención. Especialmente esas obras de arte talladas en la espalda. Si no te lucras con lo que llevas, por no tenerlo a la vista, de qué sirve, para que lo vean los demás? Y qué decir de esos tatuajes que, como los cuerpos, van envejeciendo. Con el peso adecuado, pocos años y gimnasio, qué bien quedan estas ilustraciones a color, pero a partir de los sesenta, con barriga cervecera y horas de sofá y de fútbol con cacahuetes resultan una miaja desagradables.

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