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Es condición humana huir de la soledad, tener alguien al lado. Socializar, que se dice ahora, y que en ocasiones se exagera un pelín, la mayoría de las veces inconscientemente. Vamos con un ejemplo de esto que digo: Siete de la tarde en el gimnasio ... de turno. Vestuario amplio, con un gran banco central y dos laterales donde vestirse de campeón de mancuernas, bicicletas estáticas y otros aparatos. Cuando estamos ya dentro, el espacio está totalmente vacío. Libre, «como el sol cuando amanece», como cantaría el recordado Nino Bravo. Pero al llegar el momento calcetín y zapatilla de marca, irrumpe un paisano desconocido, con mochila XXL y sin más dilación comienza a cambiarse a mi lado. Qué coincidencia, querrá hablar, ampliar su lista de amigos del fitness o simplemente sentir el calor humano. La vuelta, ya sudado y con ganas de ducha, la cosa es otra cosa. Ahí todos a mogollón y sin dejar de presumir del viva peso y la frecuencia de la sesión de pesas. Y de la playa, ni hablar, o dedicarle un capítulo aparte. Doce kilómetros de largo y 500 de ancho para poner la sombrilla a cinco metros de ti. Por dios qué jodida es la soledad. Viva la socialización.
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