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La dignidad de los nadie

La tierra dormida ·

Nieves Bolado

Santander

Domingo, 10 de marzo 2019, 14:31

Puede tener cualquier edad pero no parece añoso. Es un hombretón de color, pero casi invisible. Por la noche ofrece una imagen inquietante. Se envuelve ... completamente en una manta dejando asomar solamente los ojos. Hierático, rígido, sin expresividad. Parece una de esas imágenes de los cristos llamados Maiestas Domini por su hierática rigidez. Liado en su manta, casi en la oscuridad, rodeado de luces mortecinas, estremece. Suele dormir sentado. No exhibe ninguna expresión en el rostro. Ni felicidad, tristeza, miedo, sorpresa o enfado. Nada. Desde hace medio año, permanece absolutamente todo el día sentado en un banco bajo el techado de la plaza La Llama, aunque desde hace una semana, por algún motivo, se ha desplazado a otro poyo, a pocos metros, esta vez al raso. Solo ocupa medio banco. No tiene aspecto de mendigo. Parece un hombre pulcro. Intriga ver que durante el día –todo el día– lee, relee y manosea un librito con tapas azules que a pesar de su pequeñez parece encuadernado con hojas tipo papel biblia. Constantemente. Aparentemente, el ejemplar es demasiado pequeño para tratarse de una Biblia o un Corán, pero nunca se sabe. Y así, un día, otro... Masculla alguna palabra en un español extremadamente básico si es que alguien le inquiere; lo suficiente como par dar las gracias y rehusar cualquier tipo de ayuda, únicamente algún bocadillo. Su único equipaje, un par de bolsas de esas de supermercado cerradas con un nudo. Solo bebe agua de una fuente cercana, la misma en la que antes de que amanezca hace sus abluciones. Si le ofrecen alguna moneda o un billete, se apresura a corresponder pero lo rechaza al tiempo que se precipita a decir que no necesita dinero. El orgullo y la pobreza están hechos de la misma pieza, dice un adagio. Asegura que está bien y que no precisa de alguna ayuda. Su vida y su presencia, son realmente un arcano. Si es verdad que no es pobre quien tiene lo que necesita, este hombre no es un mendigo; la pobreza la tiene quien se siente pobre y creo que este no es el caso. Hay en él una buena ración de dignidad y la dignidad no tiene que ver con el dinero. Cada día pasan decenas de personas a su lado. A nadie parece extrañarle su presencia. Se ha imbricado en el paisaje urbano hasta hacerse invisible. Se ha mimetizado con su banco. Nadie debería ser tan pequeño o tan indiferente para ser ignorado. Leí en un blog de César Piqueras, un renombrado coach ejecutivo, que los ignorados son invisibles, que pasan desapercibidos, que cargan con su pena a cuestas y con una etiqueta bien grande que dice «no me mires». Es una imagen, la de este hombre, llena de dignidad que da vida cercana a los protagonistas de Pino Solanas (Buenos Aires, 1936) que en uno de sus documentales retrató magníficamente 'La dignidad de los nadies'. Y es que no pedir, no venderse, es la dignidad de los pobres.

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