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En una de esas tardes de sobremesa en la que el televisor te sirve de animador para sestear al son de algún dramón intrascendente, atrajo mi atención una película cuyo contenido sugestivo resultó ser el aderezo de este artículo. El desarrollo de la cinta ... versaba sobre un juez que anula una prueba fundamental en la argumentación del fiscal para acusar de asesinato a un par de golfos porque habían sido detenidos sin causa aparente justificada, salvo el olfato de uno de los agentes, que olió a marihuana en el interior de la furgoneta en la que circulaban aquellos y resultó que no hallaron dicha sustancia y sí unas zapatillas manchadas de sangre, prueba fundamental de la acusación. El hecho quedó tipificado como violación del derecho de libre circulación, lo que llevó al juez a anular la prueba inculpatoria hallada. El caso quedó sobreseído y los acusados puestos en libertad. Pero he aquí que, con posterioridad, se descubrió que los golfos habían robado la furgoneta y los verdaderos culpables fueron detenidos. Admirable el legislador. Por leyes así que matizan y defienden su imperio uno verdaderamente puede amar a su país.
Recuerdo los paseos observando el agua agitada por el temporal desde distintos miradores emplazados en El Sardinero. He contemplado el embate feroz del mar. Unas montañas de agua se elevan sobre los senos vacíos. Cuando dos senos se unen, las crestas se suman produciendo una ola mayor. A veces en el aleatorio ir y venir de las crestas y los senos se observa que las ondas se cancelan. Esto constituye un fenómeno de interferencia. Estas observaciones son motivo de asombro profundo por las leyes de la Naturaleza. Me pregunto si a una mano directora se le puede atribuir el grandioso juego. Si así fuera estos pensamientos estarían enraizados en los principios de causalidad, que tan arraigados y contrastados están en el mundo macroscópico. El problema es que en la Naturaleza no está presente la mano que acompasa la batuta y hay quien la infiere aplicando el citado principio: todo efecto tiene su causa. Pero en el mundo microscópico, en el océano de partículas subatómicas, las cosas no ocurren así. Aquí el paisaje se diluye y se hace más árido, menos romántico, más frío pero no menos misterioso. Un haz de electrones se encamina hacia una pantalla siendo forzados a pasar a través de una rejilla con una ranura. Sobre la pantalla se observan franjas de interferencia que indican que el haz es una onda. Si ahora abrimos una ranura más y permitimos el paso del haz por las dos hendiduras se observa otra disposición de las interferencias (ondas que se cancelan mutuamente). Pues bien, regulando la intensidad del haz (número de partículas por unidad de tiempo) hasta que pase un solo electrón, se observa el mismo fenómeno. ¡El electrón se cancela consigo mismo! Pasa a la vez por las dos ranuras. Sin duda ello constituye un hecho prodigioso que sólo puede ser explicado por las leyes que rigen la mecánica cuántica, que con notorio éxito describe, hoy día, las iteraciones entre las partículas. ¡Dios sí juega a los dados en este submundo! Las leyes de causalidad desaparecen y nos tenemos que someter al universo de la predicción estadística. Estamos en un universo probable pero certero, de una maravillosa complejidad.
Los hechos inexplicables ya no nos conducen a un director de orquesta, es la orquesta la que se afina sola. No es necesario poner una estampa en un lugar y si ocurre el milagro atribuir al icono la autoría del fenómeno extraordinario. Es la propia Naturaleza arte y parte en el hecho indescriptible. Para llegar al establecimiento de esta paradoja es necesario dotarse de una formación académica adecuada al planteamiento intelectual de los problemas que la vida requiere y es necesario resolver. Este razonamiento nos lleva a una convicción: se quiere a un país porque su sistema educativo permite la formación racional necesaria para que dichos esquemas lógicos se desarrollen en libertad, garantizando el desarrollo integral de la personalidad con todas sus consecuencias.
En países donde las leyes emanan de dictaduras del corte que sean, es una paradoja que existan los tribunales de justicia. ¿Qué justicia? Sin duda la que beneficia a la clase dominante, la que les mantiene, pese a quien pese, en el poder. Es una burla a la inteligencia y una ignominia en la práctica de los derechos y los deberes la existencia de tales tribunales. En una nación así resulta odioso vivir y la gente, librando feroz batalla contra las leyes que les reprime, se escapa cuando puede de semejante esclavitud. El odio anida fácilmente en los corazones de la población.
Los sustantivos mayestáticos que titulan este trabajo sirven con demasiada frecuencia como metas idealizadas a los fanáticos que las utilizan como cajón de sastre, donde todo cabe y cualquier justificación es fácilmente adaptable con tal de lograr los fines irracionales de subyugación y canalización de masas para alcanzar el poder con sus espurios afanes de propaganda y dominio.
Si con los vocablos aquí expresados he conseguido desmontar una brizna los argumentos de los fanáticos terroristas me daré por satisfecho, pero tengo la certidumbre de que contra el terror y el escándalo solo cabe aplicar el dicho popular: obras son amores y no buenas razones.
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