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Primero: me refiero al regreso a las aulas, pero lo podríamos extender a bastantes vertientes de la crisis sanitaria. No se me escapa que es complejo hacer frente a un virus desconocido y a una epidemia tan amplia, dramática y duradera. Soy consciente de que ... los responsables políticos y los dirigentes de las organizaciones no estaban preparados para un fenómeno de tal envergadura. Y que deben gestionar un problema complicado, de múltiples facetas, y para el que nadie estaba preparado.
Reconociendo lo anterior, opino que muchas de las medidas que se están tomando son contradictorias (y bastantes parecen fruto de la improvisación) y que una parte de la información que se proporciona al ciudadano y al trabajador es confusa y/o incorrecta. En consecuencia, nos sentimos desconcertados, no sabemos cómo actuar, y la frustración provoca enfado. Muchos reclamamos: 1. Que las actuaciones no se improvisen a última hora. 2. Que exista claridad de criterio. 3. Que la información sea clara, entendible. 4. Que las medidas se acompañen de recursos para poder ser desarrolladas.
¿No sería necesario que los responsables políticos y de las organizaciones sigan la secuencia lógica: conocer, planificar, programar, informar, actuar y evaluar? ¿No convendría pensar antes de actuar? ¿No deberían escuchar diversas opiniones y sugerencias?
Segundo. Considero que la comunicación al ciudadano está siendo un desastre. Entre otros, los datos generales de contagiados, de ingresados en las UCI, de fallecidos..., son un caos; las diversas normas cambian cada semana, las directrices de una comunidad son distintas de las de la vecina... (En las facultades de Periodismo se estudiará cómo ha sido el proceso de comunicación que se ha desarrollado en esta crisis. Eso sí, como se trata de un ámbito muy amplio y con múltiples facetas y actores, seguro que los analistas establecerán diversas valoraciones y matices).
Confieso que cada día presto menos atención a las noticias sobre la epidemia. Con frecuencia cambio de canal cuando aparece un político, un «experto» o un periodista hablando del «bicho» y sus derivadas. Estoy saturado, estoy cansado, estoy frustrado por demasiadas informaciones incoherentes, incomprensibles y vacías. Hablan demasiadas personas y se dicen pocas cosas con sentido. Existe demasiado «ruido» y me cuesta entender.
He escuchado muchas informaciones sin fundamento, he observado multitud de contradicciones, he comprobado que se indicaban directrices absurdas. Me he tragado tantos discursos vacíos que ya no puedo más; mi tope de escuchar tonterías se ha superado; mi capacidad de asistir a discursos vacíos no da para más. Como consecuencia de esa extenuante exposición a una comunicación disparatada y torpe, me he convertido en un escéptico, en un desconfiado.
Ante tanta información es preciso discriminar, no nos queda otra que escoger, diferenciar, seleccionar; prestar atención a unos y hacer oídos sordos a otros. Con el tiempo, voy conociendo quiénes son los políticos, científicos y periodistas (y medios de comunicación) que merecen mi atención, aquellos que según mi criterio tienen credibilidad. Y les aseguro que mi lista de personas y medios de referencia es muy reducida.
Tercero. Uno de los rasgos de esta epidemia es la incertidumbre. Y lo desconocido, lo imprevisible, lo que no se controla, provoca temor.
En una situación de crisis la gente necesita certidumbres, criterios claros, información veraz. Los interrogantes son muchos: queremos saber qué está pasando, por qué pasa, cómo podemos protegernos, cómo actuar en la vida cotidiana, cuándo va a terminar la pesadilla...
Como se sabe, dos características fundamentales de una buena información son la precisión y la claridad. Tampoco hay que olvidar que: los sermones aburren; los mensajes apocalípticos abruman y se rechazan. En el asunto que nos ocupa, hablar sin conocimiento y especular es una irresponsabilidad; utilizar la crisis sanitaria como arma política es mezquino; el sensacionalismo es despreciable. Es preciso dar esperanzas y transmitir ánimo. Y también: la contradicción desprestigia al mensajero y a su fuente, y, además, hace poco creíbles las informaciones futuras. Por otro lado, para convencer hay que explicar y argumentar.
También hay que tener presente quiénes son los destinatarios: distintos grupos sociales y de edad demandan diferentes tipos de información y, en consecuencia, el mensaje debe variar y, además, para llegar a ellos deben utilizarse canales de comunicación específicos. El especialista pide unos datos y el profano otros, no se puede utilizar el mismo lenguaje y los mismos argumentos con un niño, un joven y un adulto.
Concluyo. En la vida social hay dos habilidades importantes: saber comunicar y saber callar. Lo primero es difícil, lo segundo mucho más. ¿No deberían tenerlo presente muchos responsables de instituciones y organizaciones? (sí, y todos nosotros).
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