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Uno. Nos dice Séneca: ¿Qué hay de que nos ofendemos si alguien imita nuestra habla, nuestros andares, si remeda algún defecto de nuestro cuerpo o nuestra lengua? ¡Cómo si esos detalles se hicieran más evidentes al imitarlos otros que al realizarlos nosotros! Unos con ... disgusto oyen hablar de su vejez y de sus canas y de otras cosas a las que se llega con ganas: el insulto de la pobreza, que cualquiera que la oculte se echa a sí mismo en cara, ha exacerbado a otros: así pues, a los insolentes e ingeniosos en ofender se les quitan ocasiones si espontáneamente las anticipas tú primero: no da lugar a reír nadie que se ríe de sí mismo» [la cita en Santiago Castán-Pérez Gómez, 'Prejuicios, lenguaje y discapacidad: notas en torno a la terminología antigua y moderna relativa a las personas con discapacidad', en la obra colectiva, coordinada por Francisco Cuena Boy, 'Jornadas romanísticas con ocasión de la jubilación del profesor José María Royo Arpón', Andavira, Santiago de Compostela, 2020, 47].
Dos. Vocablos como discapacidad, minusvalía, deficiencia [el artículo 49 de la Constitución alude a los 'disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos' como personas destinatarias de la 'atención especializada que requieran'], por no hablar de [términos tales como] tullido, lisiado, incluso de ciego, cojo [incluida su variante cojitranco] o manco no gozan, ciertamente, de buena parte, antes bien, hállanse proscritos, desterrados de la lengua común por denigrantes y atentatorios a la dignidad de quienes están afectados por la lesión, detrimento o daño de que se trate. Vocablos, términos proscritos, desterrados, y cuyo campo semántico ha venido a ocupar, eufemismo mediante, sintagmas del tenor personas con capacidad diferenciada, locución que, ictu oculi, no permite discernir el tipo de lesión, detrimento o daño que las personas afectadas padecen.
Tres. ¿Denigrante el empleo de palabras de este jaez? ¿Dónde están la ofensa, el agravio, el ultraje que deslustran la opinión o fama de los afectados por la pertinente minusvalía o deficiencia? ¿Las palabras ofenden, agravian, ultrajan? Al parecer, sí, al menos para los adalides, y aduladores, de lo políticamente correcto, esa moda [recte ucase, dictum injusto y tiránico, arbitrario y tajante], esta sí, que ofende, que agravia, que ultraja la lengua y, con ella, el mismo pensamiento. «No da lugar a ofensa nadie que no se niega a sí mismo».
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