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Cuando un niño de ocho o nueve años llega a casa preguntando: «Papá, ¿yo qué soy, niño o niña?», después de un minuto de desconcierto, es lógico que estalle la indignación del padre con quienes tienen el encargo de educar a las próximas generaciones. Esos ... padres piensan que los que se empeñan en perturbar la paz de sus hijos, infundiéndoles artificialmente graves conflictos sicológicos, están tan locos o buscan hacerles daño.
Hay que tener en cuenta que el malestar propio de los preadolescentes, causado por los cambios hormonales, es normal y remite cuando el hijo es tratado con afecto, comprensión y escucha. Porque esos menores acaban entendiendo, así, que su enfado no es causado por un determinado defecto o carencia, sino típico de esa edad inmadura.
En el caso de la disforia de género y las soluciones que se han implementado en países como Gran Bretaña, el número de casos se ha multiplicado por diez en muy poco tiempo, se ha concluido que «es peor el remedio que la enfermedad» y han hecho una llamada a la prudencia. Han comprobado que no se está evaluando a los jóvenes individualmente, tal y como prevén los protocolos, sino que se les recomienda directamente empezar con los tratamientos de transición. Evidentemente, el lobby trans ha hecho todos los esfuerzos posibles para que estas evidencias no salgan a la luz.
Hay que tener en cuenta que actualmente muchos menores arrastran factores psicológicos especiales, como el abuso de las redes sociales o el influjo que ejercen en ellos determinadas personas que, sin la preparación profesional adecuada, han hecho del cambio de género un negocio. No es éticamente aceptable intentar ocultar a la opinión pública los numerosos casos de experiencias traumáticas de personas que han sufrido un auténtico infierno tras el proceso trans y están arrepentidos de haberse sometido a estas terapias.
Las leyes trans, como la recién aprobada en España, buscan -en contra del dictamen del Consejo de Estado- condenar las psicoterapias deseadas por los interesados. Quieren que cualquier persona que pretenda dejar el mundo de lo transgénero no reciba ninguna ayuda profesional. Este es uno de los horrores de la revolución sexual. Habría que hacer más caso a la ciencia, y menos a las nuevas ideologías de género, para plantearnos cuál es la mejor manera de ayudar a los menores con esos problemas. También sería importante escuchar a quienes más les quieren; sus padres.
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