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Todo hombre de bien debe buscar y trabajar por la paz. «La paz -recuerda el concilio Vaticano II- no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con ... toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia (Is 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar a cabo. [...] Por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y vigilancia por parte de la autoridad legítima» (GS 78).
La paz, tal como se entiende desde la fe cristiana, es un bien que abarca tanto que no lo podemos alcanzar los humanos con nuestras solas fuerzas y lo concebimos como un don del 'Príncipe de la paz', Jesucristo. El papa Juan XXIII afirmó que «la paz en la tierra, suprema aspiración de la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios». Y san Agustín declaró que la paz solo podía ser el resultado de la justicia. Por lo tanto, sin respeto al orden divino y sin la justicia no es posible la paz.
La guerra es un mal del que todos salen gravemente perjudicados, incluso los vencedores. Genera tanto dolor, injusticia y destrozos de todo tipo que luego es muy dura la reconstrucción. En toda guerra, como en todo acto delictivo, existe, en primer lugar, una agresión. Y la respuesta suele ser la defensa bélica contra la agresión. El pacífico puede ser un héroe moral, pero no puede resolver pacíficamente los conflictos bélicos. Solo la fuerza de un Derecho Internacional, acompañado de la oración por la paz, puede detener la guerra.
El pacifismo es la corriente de pensamiento que rechaza las guerras tanto civiles como entre países y defiende que los conflictos han de resolverse de forma pacífica; es decir, sin recurrir a la violencia, y en ningún caso a la violencia armada. El pacifismo promueve las relaciones de paz. Podemos distinguir dos tipos de pacifismo: el absoluto y el relativo. El absoluto rechaza todo tipo de violencia o guerra, sea cual sea la causa que defienda. Aboga por la paz hasta sus últimas consecuencias, incluso hasta el punto de replantearse el uso de la autodefensa, o la defensa en casos flagrantes de agresión. El pacifismo relativo tolera la violencia e incluso la guerra siempre que se trate de casos extremos de abuso y violencia flagrantes.
Pese a que, generalmente, algunos consideran al movimiento pacifista como agotado durante los últimos quince años, otros defienden que se ha reforzado, si bien transformándose y adaptándose a los nuevos desafíos del mundo actual. Pero el verdadero pacifismo no consiste en un vago o firme deseo de que no haya guerras, sino en la solución pacífica de los conflictos que se resuelven ahora mediante las guerras. Una cosa es la mera no violencia y otra el verdadero pacifismo. La supresión de las guerras, si tal cosa fuese posible para los hombres, solo puede proceder del Derecho, de un verdadero Derecho internacional. «Bien claro queda, por tanto -continúa enseñando del Vaticano II-, que debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar un época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. [...] La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta a las naciones por el terror de las armas; por ello, todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese finalmente, para que comience ya en realidad la reducción de armamentos, no unilateral, sino simultánea, de mutuo acuerdo, con auténticas y eficaces garantías» (GS 82).
Queda un curioso hecho contemporáneo: el del pacifismo que exhibe una violenta agresividad. Extraña contradicción. Aspiran a imponer la paz de forma violenta. Es el pacifismo belicoso. Existe también un falso pacifismo hemipléjico: protestan contra las respuestas violentas de sus contrarios, pero no cuando las emprenden sus afines. Son falsos pacifistas. Rechazar la legítima defensa no es propio de pacifistas sino de prisioneros de la ideología. Negar la legitimidad de la guerra justa no es defender la paz, sino justificar la agresión y, con ella, la guerra. El pacifismo miope ha contribuido a la proliferación de las guerras. Cuando se realizan concesiones para apaciguar a la fiera, ella las interpreta como signos de debilidad y aumentan su voracidad. La actitud de Gandhi no habría tenido el mismo éxito contra los totalitarismos nazi y comunista como el que tuvo frente a Gran Bretaña. La resistencia pacífica puede conducir a la victoria, pero también a la derrota y la muerte.
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